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EL VIAJERO. Geografía
íntima. |
VIAJE AL MUNDO DE LAS CONSECUENCIAS
Los siete pecados capitales y el
ojo que todo lo ve.
“Y la tierra estaba desordenada
y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu
(“rua”) de Dios se movía sobre la faz de las aguas”. Génesis
1.2. El término hebreo “rua” es traducido como “espíritu”
y a veces se refiere al “aliento de vida”.
Tiempo atrás, un monje vestido
de seda naranja le decía al viajero: ¡escucha!, ¡luego
miras a las montañas! Le trataba de explicar que la ley del karma
consiste en que todo lo que pensamos, decimos y hacemos tiene consecuencias.
Incluso cuando nos equivocamos aprendemos de los errores, y si acertamos
llega la sensación del bien que se ha hecho, el bienestar que proviene
de una vida en comprensión, discernimiento y sabiduría. ¡Escucha!,
¡luego miras a las montañas!, pero el viajero no podía
dejar de mirar a las montañas y cuando subía a ellas miraba
desde la altura un mundo de consecuencias que giraba al mismo ritmo.
Empieza el viaje al mundo de las
consecuencias.
¿Cómo es posible que
no pudiese bailar con la bailarina de ballet?. Iban juntos al Real, le
presentaba a lo más relevante del mundo del ballet. Era una mujer
que, de vez en cuando, intentaba dar algunos pasos, recordar su época,
pero odiaba la música que no sentía y, sencillamente, no
la podía bailar.
Camino del Prado se toparon con
la iglesia de Los Jerónimos, donde tiempo atrás había
visto el auto sacramental de Calderón de la Barca sobre los siete
pecados capitales, acompañados por la gracia, el odio y el albedrío.
La historia repetitiva del hombre perdido entre el bien y el mal, perdido
en su moral.
Uno del grupo, el que se quedó
en la cafetería o en la tienda que hay en los museos para vender
pruebas de que uno estuvo donde dice estar, pues ese, ese recordó
una ruta sobre los pecados capitales en Zaragoza, y contó que al
llegar a la ira, recuerdan el asesinato de Pedro Argüés
a manos de los conversos en el Altar Mayor de la catedral de La Seo, y
a cuyos asesinos, cuando fueron detenidos, les cortaron las manos y los
trasladaron hasta el mercado de la ciudad para descuartizarlos. Cuando
llegan a la lujuria recuerdan al licencioso Pablo Borau, quien afirmaba
en su época ser capaz de curar a las mujeres de enfermedades, maleficios
y exorcismos con su semen y saliva. Cuando Borau fue acusado de exorcismo,
la tradición aseguraba que ya había acumulado relaciones
con 22 mujeres casadas y con 3.000 solteras. El proceso se complicó
con el caso de una monja perteneciente al convento del Santo Sepulcro de
Zaragoza.
Ya en el Prado eligieron la mesa
de los pecados capitales del Bosco. Bajo el ojo de Dios, se lee: cave cave
deus videt ("Cuidado, cuidado, Dios lo ve").
La Lujuria junto a una tienda de
color muy rojo; la gula apuntando al niño gordinflón que
imita a su padre, casi tan gordo como el niño; la avaricia, con
el juez que acepta sobornos; la pereza con el cura que prefiere dormitar
a rezar; la ira con la pelea de borrachos; la envidia con dos perros con
un hueso y la soberbia, una mujer que mira en un espejo que hay en un armario,
sostenido por un demonio. ¡Qué pecado más tonto el
de la envidia, por lo menos con los demás tienes algún beneficio!,
dijo el viajero recordando a Borges, pero el amigo del cine le dijo que
con la soberbia era lo mismo.
Todos se fueron y el viajero se
quedó solo ante la mesa… Y cuando miraba al ojo que todo lo ve,
no veía al ojo universal, veía su propio ojo, que presencia
como la vida se reproduce, dando vueltas interminables, todas idénticas,
con sus mismas miserias, con sus mismas debilidades. Y luego no veía
ni un centro, ni un ojo, veía un universo que se desplazaba en círculos
repetitivos.
Según la ley del karma, cada
uno de nosotros recibe lo que da. Según la ley del viajero, cuando
llega el mal, no hay pecado ni castigo, hay consecuencias y uno no puede
vivir sin recordar el mal que causó.
Perdone .... No, que vamos a cerrar
el Prado, que se tiene que ir. ¿Entiende español?. El viajero
no entendía nada, uno nunca llega a saber cómo las bailarinas
de ballet sólo bailan ballet.
De allí se fueron a ver a
una bailarina del Asia central, acompañada de percusionistas que
les hipnotizaban un su música tribal. No era un baile, era un viaje
a las emociones, los derviches giraban sin parar sobre sí mismos,
como si estuviesen en trance, como si a golpe de vueltas quisiesen separar
el alma del cuerpo.
La bailarina apareció vestida
de azul, el color de la divinidad, el color del agua, y la percusión
imitaba el susurro del agua. Los percusionistas alzaban los brazos al cielo
y los dejaban caer sobre una especie de panderos llenos de granos de arroz
que sonaban como un riachuelo.
La bailarina volvió a aparecer
vestida de negro, el color que simboliza el abandono del cuerpo. La bailarina
se despidió vestida de blanco, símbolo de la alegría
y de la glorificación.
Los derviches se situaron sobre
una especie de círculo central y giraron sobre sí mismos,
como si estuviesen en trance, como si a golpe de vueltas quisiesen separar
el alma del cuerpo, y cuando el viajero miraba el círculo central
sólo veía uno ojo, veía un centro sobre el que ponía
la punta de su píe la bailarina para dar vueltas sobre sí
misma y ver el mundo a su alrededor, un mundo que hace que el arroz vuelva
a su origen y suene a espíritu de agua. Por eso la bailarina no
podía bailar otros ritmos sin música, sin sentido. Y el viajero
se levantó y se fue …
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