EL VIAJERO. Geografía íntima.

VIAJE AL AVE FÉNIX O MEJOR, A UN BAILE POR BAILAR

La rosa de Paracelso de Borges.

¿Cuánto ocupa la historia de una baile por bailar?. La medida puede ser 33 emails y el doble de bailes. A lo mejor nos equivocamos en los decimales, pero esta es la medida exacta.

Realmente es un viaje a la peor sordera. Durante mucho tiempo ella pensó que el viajero debía estar sordo porque mientras le hablaba no escuchaba y mientras bailaba no seguía el ritmo de la clave. Ya se lo decía su madre: hija no es que no te escuche, es que está sordo. Ya no digamos cuando escuchaba trompetas bailando una salsa y soltaba un rollo sobre las trompetas de Jericó y la trompetas del Apocalipsis …

Empieza el viaje a un baile por bailar.

El viajero parecía sordo para los ritmos, pero es que se despistaba escuchando las letras de las canciones. Ella estaba sorda para las letras y sólo escuchaba el ritmo de la clave, y bailaba y bailaba, y daban vueltas interminables, … y las manos y la espalda estaban llenas de un sudor con olor a lavanda que empapaba una camisa azul muy ajustada que se abría por un precioso escote.

Esa noche bailaron. No realmente no bailaron, bailaron sin bailar, sin darse cuenta de que no estaban solos, de que todo el mundo les miraba y sabían que no estaban bailando, que se estaban entregando el uno al otro, pero no podía ser, había lazos más fuertes que les ataban. Es un baile por bailar.

Luego se fueron a tomar algo en un lugar al aire libre con una especie de banquetas altas …, el sitio menos indicado para hablar del origen de Ave Fénix, pero es que hay gente que no tiene remedio. Y lo peor es que siempre empezaban por China.

El fénix en chino es Feng Huang. Feng (el) y Huang (ella). Feng y Huang vuelan siempre juntos y significan la armonía matrimonial, así que los matrimonios pintan este ave en sus habitaciones, para que no entren otros pajarracos negros de pico afilado a romper la armonía de la música …, el viajero no entendía. Sí dijo ella, sí, la música, la armonía de la música, no lo entiendes … el flautista, la música …

Xiao Shi sabía atraer al ave Fénix con su flauta vertical de bambú, y el rey Qin Mu Gong aceptó que un simple flautista se casase con su hija, Yu. Xiao Shi enseñó diariamente a Nong Yu a imitar el canto del Fénix. ¿No lo entiendes?, insistía ella, como en el baile, la armonía de la música en el ave Fénix como un símbolo de matrimonio armonioso. Y luego hablaron del perdón y de la ética, el que sabe y a sabiendas sigue dañando, como esos pajarracos negros de pico afilado que tienen un hambre impaciente y pican en los ojos de sus carroñas sin esperar a que se acaben de morir, como esos bailarines que bailan pisando a los demás porque necesitan todo el espacio para ellos, esos egoístas que prefieren pisar para bailar a su antojo… 

Ella sabía de lo que hablaba porque esa noche casi la atraviesan el pie con un tacón …

Siguieron viajando hacia occidente y pararon en el paraíso. Cuando Adán y Eva fueron expulsados, la espada del ángel los desterró y surgió una chispa que prendió el nido del Fénix, la tradición judía afirma que el chol (lo de Fénix es como lo llamaban los egipcios y significa “color rojo”) fue el único animal del Edén que resistió la tentación y conservo la vida eterna. 

Este mito se extendió ampliamente entre los griegos, que le dieron el nombre de Phoenicoperus, que significa alas rojas. Los primeros cristianos, influidos por los cultos helénicos, hicieron de esta singular criatura un símbolo viviente de la inmortalidad y de la resurrección. Se estaban aprovechado de la mitología del antiguo Egipto, el ave fénix representaba el Sol, que muere por la noche y renace por la mañana, pero entonces no hablaban del perdón, hablaban de la esperanza, … por eso el ave fénix de aquellos cristianos primitivos significa la esperanza, que nunca debe morir en el hombre. 

Y lo que empieza en un teatro con Borges tiene que acabar de igual modo, así que releyeron juntos, a modo de despedida, la rosa de Paracelso. 

Borges se inspiró en Paracelso, el médico y alquimista suizo del Renacimiento que trató de crear el homúnculo, un ser humano artificial. Borges utiliza el modelo de maestro y discípulo en su cuento y nos enseña que la sabiduría reclama verdad y motivación del discípulo, y si el deseo de mejorar no es noble, porque realmente es un falso discípulo, un bailarín pisa-píes, la rosa se quema, no resucita, no hay ave fénix que valga. Hay que desear mejorar sinceramente para poder resurgir de las cenizas, porque es muy difícil conciliar el sueño sabiendo que se han pisado todos los píes que nos rodeaban en la sala de baile. Eso no es bailar, eso es tan sucio como las palabras soeces de esos camareros que hablan a una dama como si fuese lo que se niega a ser, y mientras que lo hacen el viajero se pregunta ¿cómo es que no ven a Dulcinea, y sólo ven a Aldonza Lorenzo?.
 


Déjame ser testigo de ese prodigio. Eso te pido, y te daré después mi vida entera.

Yo exijo la Fe ..

“Crees que soy capaz de destruirla” 

 “Nadie es capaz de destruirla” , 

“Acá bajo la luna todo es mortal” 

“Ambos sabían que no volverían a verse”; 

“Paracelso se quedó solo. Antes de apagar la lámpara y de sentarse en el fatigado sillón, volcó el tenue puñado de ceniza en la mano cóncava y dijo una palabra en voz baja. La rosa resurgió”.

JORGE LUIS BORGES
LA ROSA DE PARACELSO
De Quincey, Writings, XIII, 345

En su taller, que abarcaba las dos habitaciones del sótano. Paracelso pidió a su Dios, a su indeterminado Dios, a cualquier Dios, que le enviara un discípulo. Atardecía, El escaso fuego de la chimenea arrojaba sombras irregulares, Levantarse para encender la lámpara de hierro era demasiado trabajo, Paracelso, distraído por la fatiga, olvidó su plegaria. La noche había borrado los polvorientos alambiques y el atanor cuando golpearon la puerta, El hombre, soñoliento, se levantó, ascendió la breve escalera de caracol y abrió una de las hojas. Entró un desconocido. También estaba muy cansado. Paracelso le indicó un banco; el otro se sentó y esperó. Durante un tiempo no cambiaron una palabra.
El maestro fue el primero que habló.
-Recuerdo caras del Occidente y caras del Oriente -dijo no sin cierta pompa-, No recuerdo la tuya, ¿Quién eres y qué deseas de mí?
-Mi nombre es lo de menos -replicó el otro-, Tres días y tres noches he caminado para entrar en tu casa. Quiero ser tu discípulo. Te traigo todos mis haberes.
Sacó un talego y lo volcó sobre la mesa. Las monedas eran muchas y de oro. Lo hizo con la mano derecha. Paracelso le había dado la espalda para encender la lámpara. Cuando se dio vuelta advirtió que la mano izquierda sostenía una rosa. La rosa lo inquietó.
Se recostó, juntó la punta de los dedos y dijo:
-Me crees capaz de elaborar la piedra que trueca todos los elementos en oro y me ofreces oro. No es oro lo que busco, y si el oro te importa, no serás nunca mi discípulo,
-El oro no me importa -respondió el otro-, Estas monedas no son más que una parte de mi voluntad de trabajo. Quiero que me enseñes el Arte. Quiero recorrer a tu lado el camino que conduce a la Piedra.
Paracelso dijo con lentitud:
-El camino es la Piedra. El punto de partida es la Piedra. Si no entiendes estas palabras, no has empezado aún a entender. Cada paso que darás es la meta.
El otro lo miró con recelo. Dijo con voz distinta:
-Pero, ¿hay una meta?
Paracelso se rió.
-Mis detractores, que no son menos numerosos que estúpidos, dicen que no y me llaman un impostor. No les doy la razón, pero no es imposible que sea un iluso. Sé que "hay" un Camino,
Hubo un silencio, y dijo el otro:
-Estoy listo a recorrerlo contigo, aunque debamos caminar muchos años. Déjame cruzar el desierto. Déjame divisar siquiera de lejos la tierra prometida, aunque los astros no me dejen pisarla. Quiero una prueba antes de emprender el camino,
-¿Cuándo? -dijo con inquietud Paracelso.
-Ahora mismo -dijo con brusca decisión el discípulo.
Habían empezado hablando en latín; ahora, en alemán.
El muchacho elevó en el aire la rosa.
-Es fama -dijo- que puedes quemar una rosa y hacerla resurgir de la ceniza, por obra de tu arte. Déjame ser testigo de ese prodigio. Eso te pido, y te daré después mi vida entera.
-Eres muy crédulo -dijo el maestro- No he menester de la credulidad; exijo la fe.
El otro insistió.
-Precisamente porque no soy crédulo quiero ver con mis ojos la aniquilación y la resurrección de la rosa.
Paracelso la había tomado, y al hablar jugaba con ella.
-Eres crédulo -dijo-. ¿Dices que soy capaz de destruirla?
-Nadie es incapaz de destruirla -dijo el discípulo.
-Estás equivocado. ¿Crees, por ventura, que algo puede ser devuelto a la nada? ¿Crees que el primer Adán en el Paraíso pudo haber destruido una sola flor o una brizna de hierba?
-No estamos en el Paraíso -dijo tercamente el muchacho-; aquí, bajo la luna, todo es mortal.
Paracelso se había puesto en pie.
-¿En qué otro sitio estamos? ¿Crees que la divinidad puede crear un sitio que no sea el Paraíso? ¿Crees que la Caída es otra cosa que ignorar que estamos en el Paraíso?
-Una rosa puede quemarse -dijo con desafío el discípulo.
-Aún queda fuego en la chimenea -dijo Paracelso-. Si arrojaras esta rosa a las brasas, creerías que ha sido consumida y que la ceniza es verdadera. Te digo que la rosa es eterna y que sólo su apariencia puede cambiar. Me bastaría una palabra para que la vieras de nuevo.
-¿Una palabra? -dijo con extrañeza el discípulo-. El atanor está apagado y están llenos de polvo los alambiques. ¿Qué harías para que resurgiera?
Paracelso le miró con tristeza.
-El atanor está apagado -repitió-- y están llenos de polvo los alambiques. En este tramo de mi larga jornada uso de otros instrumentos.
-No me atrevo a preguntar cuáles son -dijo el otro con astucia o con humildad.
-Hablo del que usó la divinidad para crear los cielos y la tierra y el invisible Paraíso en que estamos, y que el pecado original nos oculta. Hablo de la Palabra que nos enseña la ciencia de la Cábala.
El discípulo dijo con frialdad:
-Te pido la merced de mostrarme la desaparición y aparición de la rosa.
No me importa que operes con alquitaras o con el Verbo.
Paracelso reflexionó. Al cabo, dijo:
-Si yo lo hiciera, dirías que se trata de una apariencia impuesta por la magia de tus ojos. El prodigio no te daría la fe que buscas: Deja, pues, la rosa.
El joven lo miró, siempre receloso. El maestro alzó la voz y le dijo:
-Además, ¿quién eres tú para entrar en la casa de un maestro y exigirle un prodigio? ¿Qué has hecho para merecer semejante don?
El otro replicó, tembloroso:
-Ya sé que no he hecho nada. Te pido en nombre de los muchos años que estudiaré a tu sombra que me dejes ver la ceniza y después la rosa. No te pediré nada más. Creeré en el testimonio de mis ojos.
Tomó con brusquedad la rosa encarnada que Paracelso había dejado sobre el pupitre y la arrojó a las llamas. El color se perdió y sólo quedó un poco de ceniza. Durante un instante infinito esperó las palabras y el milagro.
Paracelso no se había inmutado. Dijo con curiosa llaneza:
-Todos los médicos y todos los boticarios de Basilea afirman que soy un embaucador. Quizá están en lo cierto. Ahí está la ceniza que fue la rosa y que no lo será.
El muchacho sintió vergüenza. Paracelso era un charlatán o un mero visionario y él, un intruso, había franqueado su puerta y lo obligaba ahora a confesar que sus famosas artes mágicas eran vanas.
Se arrodilló, y le dijo:
-He obrado imperdonablemente. Me ha faltado la fe, que el Señor exigía de los creyentes. Deja que siga viendo la ceniza. Volveré cuando sea más fuerte y seré tu discípulo, y al cabo del Camino veré la rosa.
Hablaba con genuina pasión, pero esa pasión era la piedad que le inspiraba el viejo maestro, tan venerado, tan agredido, tan insigne y por ende tan hueco. ¿Quién era él, Johannes Grisebach, para descubrir con mano sacrílega que detrás de la máscara no había nadie?
Dejarle las monedas de oro sería una limosna. Las retornó al salir. Paracelso lo acompañó hasta el pie de la escalera y le dijo que en esa casa siempre sería bienvenido. Ambos sabían que no volverían a verse.
Paracelso se quedó solo. Antes de apagar la lámpara y de sentarse en el fatigado sillón, volcó el tenue puñado de ceniza en la mano cóncava y dijo una palabra en voz baja. La rosa resurgió.
 
 

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