VIAJE A UN PIANO Y A UNA FONDUE DE PASTORES. Pastores en la ciudad. Ella sabía que el viajero andaba loco por ir a aquel sitio de la música, pero lo posponía siempre con toda clase de excusas. Después de mucho tiempo le llevó a lomos de un autobús vacío al que se subieron sin saber donde iba, y es que ella piensa que los autobuses vacíos siempre están vacíos por alguna buena razón. El caso es que el autobús les dejó en la calle de atrás y el conductor les daba conversación porque hacía tiempo que no llevaba a nadie y no podía contener sus ganas de hablar. Es posible que cambiase su itinerario para llevarles y que nadie se diese cuenta porque era como un autobús fantasma. Al llegar, el pequeño paraíso musical parecía más inmenso. La orquesta sinfónica llenaba todo el escenario. Y cuando el viajero lo vio, lo comprendió todo. Frente a la orquesta un piano solitario. No un piano cualquiera, un piano que mandaba sobre toda la orquesta. El director del concierto era el mismo pianista, que dejaba de tocar para alzar sus manos y encauzar la música. Luego, cuando el viajero escuchó, supo que nunca comprendería nada, y mucho menos a ella. El piano era sólo parte de la razón, ella había esperado al día en que sonase la música de Mozart, Mozart al piano, su concierto para piano y orquesta nº 23 en LA MAYOR, K 488. La pasión por el “LA MAYOR” de Mozart aparece en el Concierto y el Quinteto, ambos para clarinete y en “LA MAYOR”. Y ahora viene el lío, que no es tan lío, porque ya los griegos adjudicaban una personalidad a cada tonalidad. Con el método antiguo, el que se sigue utilizando para interpretar música antigua, se relaciona la altura de cada sonido con diferentes personalidades de las tonalidades. Y a partir del romanticismo se fija la personalidad a cada una de las doce tonalidades. Y aquí desliamos el lío porque “LA MAYOR” significa alegre, campestre, declaración de amor inocente, satisfacción, la esperanza de volver lo que le pertenece a uno de nuevo al regresar de una partida, juventud, aplausos y creencia en Dios. Así que el viajero, sabiéndose conquistado, se dejó llevar y volvieron a subir a lomos de otro autobús vacío que les llevó a través de un sinfín de calles escondidas, tan estrechas que apenas cabían los coches. Y cuando llegaron a ninguna parte, ella le llevó a cenar una fondue de queso porque decía que había que cenar como pastores. Esto no lo entendió el viajero,
pero qué va a saber un viajero conquistado al que pasean por la
noche de una capital buscando lunas y estrellas, como si estuviesen en
los Alpes, como pastores en la ciudad.
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