VIAJE A LA LOCURA Como mira el campo. A la caída de la tarde el loco del pueblo empezaba a amontonar ramajes y se hacía un fuego en medio del campo. Una gran fogata con la que entraba en calor y color. Un fuego que miraba otro fuego que se fundía entre el azul y el blanco de la montaña. El loco preguntó al viajero si tenía un cigarro. Como mira el campo, prosiguió el loco en su monólogo, mientras que ellos remiraban a la montaña mágica, todavía nevada, que iba ocultando el último sol de la tarde. Antes no llovía, como mira el campo. Ahora llueve, como mira el campo, proseguía el loco abriéndoles los ojos para que se dejasen ver por un campo por fin verde. Y el viajero vio que ella le miraba las manos, las manos llenas de arañazos por haberse vuelto loco y no haber podido evitar arrancar con sus manos dos viejos rosales abandonados y solitarios. El viajero escuchaba al loco y se preguntaba si prenderían los rosales con las raíces rotas. Era una locura, a los rosales no se los adopta o rescata de la soledad, pero antes no llovía, no miraba el campo. Ahora llueve, como mira el campo,
proseguía el loco abriendo los ojos de otros dos locos para que
se dejasen ver por un campo, por fin verde, donde resucitan los viejos
rosales quebrados que ya viven, a su lado, entre las rocas. Ojalá
prendan susurró el viajero.
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