VIAJE A UN CISNE BLANCO MIENTRAS SE RECUERDA A UN CISNE NEGRO. O querer siempre lo que no se tiene. A veces, ella tiene que comerse a los hechiceros, sino no es ella. Entonces es cuando es todo lo que debe ser una mujer, cisne blanco y cisne negro. Entonces es cuando el viajero pasa de mirar la luz que se filtra por una ventana románica a olvidarse de todo a ritmo de tango… Es curioso que cuando damos con un cisne blanco pensamos en los cines negros, y al revés. Es como querer siempre lo que no se tiene. A veces hay viajeros que se pasan la vida pidiendo un cisne blanco y cuando dan con uno piden un cisne negro … Seguramente se han acostumbrado a los cisnes negros, o hubo un cisne negro que dejó huella. ¿Cómo empezó?. Decía el viajero que un hacha. El viajero siempre era torpe con estas cosas pero de vez en cuando se perdía en su jardín y se liaba a hachazos. Todo lo hacía mal, pero cortaba las ramas secas y dejaba que entrase a luz al jardín, la luz, siempre la luz. Ella le llamó para recordarle que habían quedado para ir a … a saber, donde ella le quisiese llevar. El viajero andaba por el jardín cortando ramas secas y rompiendo lo que ella luego pacientemente repararía. La torpeza de las manos de un viajero descuidado, o precipitado, mejor precipitado. El camino fue una sorpresa, el lugar estaba lleno de recuerdos para los dos, recuerdos de otras vidas, de otras personas, cosas de las que no se habla, pero se presienten. Todo era verde, no verde como en el paraíso, que es un verde mojado, era otro verde …. Los pinares … El coche entre las curvas. Abre la ventana, le decía ella, deja que entre el aire. El olor a pino en lo más alto de las montañas. Era verde, no era ese verde, pero el olor a pino y a madera seca en una noche de verano era … Deja que entre el aire, que limpie todo. El lugar era un lugar que había servido de refugio al viajero en algún mal momento, el sitio, desconocido, un edificio lleno de granito y bóvedas de adobe. La cena a su modo. Consiguió que el viajero cambiase su vermut por un cava. El viajero consiguió que ella cambiase el pescado por la carne, reminiscencias de otros viajes castellanos. El espectáculo de la noche de verano fue un ballet, la historia de un hechizo. Un hechizo que transforma en cisne durante el día y mezcla de mujer y cisne durante la noche. El hechizo se romperá cuando encuentre al hombre que se enamore de ella y le sea fiel. Luego el hechicero muere cuando los dos enamorados se suicidan lanzándose al lago. Vuelven en silencio, de noche, entre los pinos. El olor y el frio entran en el coche. El mismo camino tantas veces andado y desandado por los dos. Un camino con muchos viajes. El viajero piensa en otros lagos, en otras montañas. El viajero sabe que nunca se lanzó a un lago para romper ningún hechizo. Al viajero le gusta ver cisnes de noche y mujeres ejecutivas de día. Para qué romper el hechizo, mejor nadar junto a un cisne de noche que se va a la oficina al amanecer, piensa el viajero mientras pasan por un lago que tiene a su lado un castillo y el castillo tiene una bandera más grande que el castillo. Ella conduce por la noche, ella acelera en las curvas, ella es la hechicera, la bruja, y se hace pasar por un cisne con vocecita … pero el viajero sabe que es un cisne negro que baila tango hasta la madrugada. No es el viajero hombre de vocecitas ni de cisnes blancos. Ella tiene que comerse a los hechiceros, sino no es ella. Y pasaron los días y volvieron a viajar por el otro lado de la misma montaña. Volvieron a otro lago. El viajero había elegido el momento del día, la luz. Comieron en un lugar de otro tiempo, como ellos. Entre los anchos muros pasearon y se perdieron por un claustro abandonado. A la salida, el viajero le enseñó el secreto, un lugar, una estatua, pero sobre todo, un color. El color que significaba el contacto con la única luz, el sol. El color divino de los antiguos. El color que no lleva a los suicidios para romper hechizos, el color que viste una noche tanguera. Apaga la luz. Y ella le hizo caso
al viajero.
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