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UNA MADRE Y UNOS NIÑOS
QUE NO QUIEREN SER NADA.
La impotencia ante los niños
que no quieren trabajar, estudiar ….
Lucy Kellaway ha publicado en Financial
Times un artículo titulado “La idea de egoísmo de una madre
trabajadora” en el que cuenta que durante el primer año de enseñanza
secundaria de su hijo, le invitaron a la ceremonia anual de entrega de
premios. Entra en el debate de si una madre trabajadora está demasiado
ocupada con sus problemas para atender a sus hijos, pero la educación
de los niños corresponde a los dos padres por igual, así
que nos centramos en sus comentarios sobre los niños acomodados
y su puesto ante niños que vienen de otros países con ganas
de comerse el mundo a mordiscos.
“En el transcurso de la ceremonia,
me di cuenta de que la mayoría de los premios académicos
los ganaban niños chinos e indios con cuidados trajes y a los que
sus orgullosos padres grababan con videocámaras. Hubo unos cuantos
chicos judíos que también consiguieron algún trofeo,
pero el contingente de raza blanca no obtuvo gran cosa, aparte de un puñado
de premios de arte. Estos adolescentes deambularon por el escenario con
sus chaquetas desgastadas y su largo cabello agitándose mientras
que sus cultos padres aplaudían con complacencia. Semanas después,
me invitaron a un acto más exclusivo en el mismo centro. Sólo
se podía asistir mediante invitación y estaba destinado a
padres cuyos hijos hacían sus deberes en el autobús o que
generalmente eran insoportables. Maldiciendo el tener que abandonar mi
trabajo temprano, aparecí por la escuela para descubrir que todas
las madres se parecían a mí. Casi todas eran profesionales
de clase media y raza blanca con esa apariencia atormentada que aparece
cuando te has visto obligada a salir antes del trabajo para recibir una
bronca a consecuencia de tu hijo. Lo que descubrí esa tarde (además
del hecho de que my hijo necesitase esforzarse mucho más) fue que,
en esta selecta escuela del centro de Londres, los acomodados hijos blancos
de dos padres trabajadores se están convirtiendo en la nueva clase
marginada. En ese momento, esta realidad no me molestó demasiado.
Los chicos asiáticos se merecían mejores resultados que mis
hijos porque se esfuerzan más. Es una realidad cultural, decidí
sin darle importancia. Sus padres les obligan a esforzarse más de
lo que yo lo hago con mi hijo. Y si, como resultado, los chicos como el
mío no consiguen premios y en ocasiones se les riñe por vagos,
en realidad no importa ya que, al menos, parecen totalmente felices”.
Concluye el artículo con
el consabido “voy a buscar a mi hijo e intentar engatusarle, obligarle
o sobornarle para que aprenda el pasado de los verbos avoir y être”.

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