CÓMO NOS VEN ELLAS /opinión
femenina |
SE ME ESTÁ ACABANDO LO
BUENA QUE SOY
Quien iba a pensar que tú
me estabas mintiendo.
Me lleva a un teatro andrajoso y
me hace ver una obra de teatro que no la entiende nadie, bueno la entiende
él y cuatro raros. Llegan a sacar dos merluzas en la obra, dos merluzas
de verdad porque apestan y el hedor alcanza a las butacas.
¿No nos podríamos
haber comido estas merluzas en un buen restaurante con un albariño?,
pues no, las tenemos que ver aquí podridas mientras que los actores
recitan una serie de frases que concluyen diciendo que no somos nada, ni
nadie. Pues esto se lo habría dicho yo antes, que me lo digan a
mí que tengo al otro viendo fútbol y no razona el pobre.
Uno fútbol, el otro estos
rollos intelectualoides. El tercero tiene que ser un bailón, sin
doble fondo sencillo, claro, y que se coma las merluzas con albariño.
Salimos del teatro y me sonríe,
me besa, me calmo. Bueno pues nos iremos a cenar, pues no, porque se ha
puesto melancólico en la obra; pues vale porque con el hedor de
las merluzas como que no. Nos damos un paseo y pasamos frente a una pensión
de tercera. Dice que las pensiones deberían tener nombre de flores.
Le digo que mejor de jardineros. Se lo digo para fastidiar porque odia
las salidas de tono, pero nunca las contesta, sonríe.
Sigue andando y mira la luna desde
un mirador playero. Yo pienso en la discoteca, pero no hay discoteca. Me
mira, me sonríe. El próximo un bailón, sin duda.
Acabamos hablando de literatura,
me contesta a mis preguntas diciéndome que ya no cuenta historias,
que sólo le interesan las palabras, pero no todas las palabras.
Me dice que Virginia Woolf se suicidó porque empezó a sentir
miedo, a desconfiar de las palabras, que añoraba “las palabras inconexas
que se dicen los enamorados”.
Le echo en cara lo de las merluzas
y no contesta. Empieza a hablar de aquella parte del “The Dead” de Joyce
en la que el matrimonio vuelve al hotel y ella le confiesa dos amores adolescentes.
Los dos muertos prematuramente. Uno de tuberculosis y aquel adolescente
que aguanta bajo la lluvia mirando a su ventana, tirando piedras, para
que ella sepa que está ahí, pensando en ella. Ese adolescente
que muere poco después de neumonía. Me cuenta la relación
parcial con la vida de Nora, la esposa de Joyce. Me habla de merluzas,
me habla de palabras, me habla de aburrimiento ante las historias y miedos
a las palabras. Me dice que Joyce dejó de escribir historias porque
tenía miedo a las palabras. No quiere historias conexas, sólo
quiere escuchar las palabras inconexas que dicen los enamorados, tiene
miedo a otras palabras.
Cuando nos despedimos vemos una
boda. Los restos de una boda que ya ha acabado la fiesta. Mucho frac y
la pobre novia tiene que arrastrar una pesada maleta sin que nadie se acerque
a ayudarla. La imagen es patética por el sitio donde ocurre y porque
casi no puede moverse con la cola del vestido y su maleta. Le sujeto para
que no vaya a ayudar a la novia y lleve su maleta.
Le digo que hubiese querido una
historia con un día de primavera en el que yo fuese la única
princesa, un reino con cortinas de flores y un botiquín en un armario,
un futuro, un rey que madrugase para ir a una fábrica que le robase
la vida, un rey al que dejaría ver los partidos de fútbol
el domingo en butaca preferente ... un rey que cuando rezase lo hiciese
por mí. Quien iba a pensar que tú me estabas mintiendo.
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