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Muchas historias para decirte
que yo te quiero más.
> Un hombre sólo es realmente un hombre cuando lo da todo por una mujer.
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OH OCÉANO, SIEMPRE IGUAL A TI MISMO. Je te salue, vieil océan!. Comte de Lautréamont. Si hay algo que nunca es igual a uno mismo es el hombre. Si hay algo que siempre permanece idéntico es el placer de equivocarse, los errores. Los repetimos una y mil veces, siempre los mismos. Es una desgracia ser tan repetitivo en los errores y no en los aciertos. Quizás haga falta un poco de locura para ver en el océano todo lo contrario a lo que es el hombre y es seguramente lo que le pasó al joven poeta francés, que se decía uruguayo porque su padre era canciller en la embajada francesa en Montevideo y nació allí. El Conde de Lautréamont (Montevideo, 1846-París, 1870) no era Conde, pero le sonaba mejor este seudónimo que su nombre, Isidore Lucien Ducasse. Quizás la mejor forma de no ser uno siempre igual a uno mismo es cambiarse el nombre. En 1867 Lautréamont se trasladó a París con la intención de ingresar en la École Polytechnique y en 1869 publicó “Los cantos de Maldoror”, que no se llegaron a distribuir a causa del miedo del editor a posibles represalias y porque consideró sus textos blasfemos y obscenos. El contenido de la obra, un canto a la violencia y la destrucción como encarnación del mal, presentado a través de imágenes apocalípticas, se recuperó por los surrealistas, que la reivindicaron como un antecedente suyo. También publicó, con su verdadero apellido, un volumen de Poesías (1870). Murió en extrañas circunstancias en su domicilio y se dijo de todo, desde que había muerto por una sobredosis, hasta que había sido asesinado por orden de Napoleón III. Contaba Rubén Darío en 1896 una frase célebre de Lautréamont: "Soy hijo del hombre y de la mujer, según lo que se me ha dicho. Eso me extraña. ¡Creía ser más!". Rubén Darío ve puntos de contacto entre Lautréamont y Edgar Poe. “Ambos tuvieron la visión de lo extranatural, ambos fueron perseguidos por los terribles espíritus enemigos, "orlas" funestas que arrastran al alcohol, a la locura, o a la muerte; ambos experimentaron la atracción de las matemáticas, que son, con la teología y la poesía, los tres lados por donde puede ascenderse a lo infinito. Mas, Poe fue celeste, y Lautréamont infernal”. Pero a veces ese punto de locura hace ver lo que resulta invisible para los demás: sólo el océano es fiel a sí mismo. Los hombres nos traicionamos cada día en función de la conveniencia. Sólo somos fieles a nuestros defectos. ¡Te saludo, viejo océano! Viejo océano, eres el símbolo de la identidad: siempre igual a ti mismo. Nunca cambias de una manera esencial, y, si tus olas están en alguna parte furiosas, más lejos, en alguna otra zona, se hallan en la más completa calma. No dejas adivinar fácilmente a los ojos ávidos de las ciencias naturales los mil secretos de tu íntima organización: eres modesto. El hombre se vanagloria de continuo, y por minucias. ¡Te saludo, viejo océano! Vieil océan, tu es le
symbole de l'identité: toujours égal à toi-même.
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