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Muchas historias para decirte
que yo te quiero más.
> Un hombre sólo es realmente un hombre cuando lo da todo por una mujer.
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MARQUÉS VIUDO DE PONTEJOS. Junto a la Plaza del Sol en Madrid hay una plaza que recuerda a un hombre al que le faltó tiempo. Esta plaza recuerda a un caballero gallego, Joaquín Vizcaíno, que nació en La Coruña en 1790. Durante su juventud fue militar y era un hombre de educadas formas lo que le da acceso a la Corte. En 1817, con 27 años, se casó con doña Mariana de Pontejos y Sandoval, Marquesa de Pontejos y Condesa de la Ventosa. Era la tercera boda de la Marquesa. Mariana de Pontejos, de 45 años, que había nacido en 1762 y se había casado anteriormente en 1786 con el hermano del Conde de Floridablanca, fecha en la que es retratada por Goya.
Ya en Madrid coincidió con
Mesonero Romanos y fue uno de los fundadores del Ateneo de Madrid. También
llegaría a fundar el Monte de Piedad y la Caja de Ahorros de Madrid.
No era un hombre de grandes estudios, pero si de firme voluntad. Al contraer
matrimonio era un hombre joven y de repente tuvo acceso a una desahogada
posición económica. Aprovechó esta situación
para formarse y se hizo liberal, lo que le causó no poco contratiempos,
como el exilio a París, tras el trienio liberal, y a donde le acompañó
su esposa durante diez años (1822-1833).
Se acordó de los pobres fundando el Asilo de San Bernardino y creó los baños públicos. Junto a la fundación del Monte de Piedad y la Caja de Ahorros de Madrid, su dedicación al Asilo de San Bernardino ponen en evidencia que su mayor preocupación siempre fue la lucha contra la miseria. Cuentas las crónicas de la época que sin el tesón de un hombre como él no hubiese sido posible extender el asilo por toda España. En 1839 escribió en la prensa un artículo muy avanzado a su tiempo solicitando asociaciones para luchar contra las enfermedades. Decía literalmente “el atender a la humanidad doliente, no dejándola en abandono, y procurar por todos los medios, su cuidado y asistencia, reclama el conato y el celo del gobierno”. En otra ocasión “los ricos propietarios, el comercio, la sociedad entera, debe ayudar por unanimidad, por interés común; pues a medida que se cierren las puertas a la miseria particular, se abren las de la riqueza pública”. Pero lo más curioso de su historia es que nunca quiso presumir de título nobiliario y obligó a incluir su condición de viudo antes de su título. En vida de su mujer, todos los documentos oficiales se refieren a él como el Marqués de Pontejos, tras su muerte, exige que se añada su condición de viudo, y así la plaza en su honor lleva este nombre. Sabía que todo se lo debía a ella y, más que nada, el título nobiliario. No deja de ser una lección de modestia en tiempos de vanidad. Con apenas 50 años un ataque cerebral le causó la muerte. Era el de 30 septiembre de septiembre de 1840. Sorprende que en la época que le tocó vivir y en España, muriese sin enemigos políticos. Cuentan los cronistas que le faltó tiempo. Cabe imaginarse lo que hubiese sido capaz de hacer en la plenitud de su vida. Cuando pase junto a la Puerta del
Sol, no olvide visitar esta pequeñita plaza detrás del famoso
reloj, y al ver su estatua recuerde el nombre de una persona que dedicó
todo su tiempo y toda su riqueza a aprender, y lo que mejor aprendió
fue a ayudar a los más necesitados.
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