CENANDO CON UN ESPEJO Y UN SAPO

Realmente sólo hay sapos. 

El espejo es uno de esos crueles inventos que reflejan lo que no queremos ver, como debía pensar la adorable bruja mala del cuento de Blancanieves, a la que no podía soportar por todas las razones posibles, entre otras porque la quitó el papel principal del cuento, como hacen todas las hijas con sus madres cuando pasa el tiempo y se acaban casando con un príncipe, que no era príncipe sino un sapo disfrazado.  Creo recordar que el cuento empieza cuando dice la bruja: "Blancanieves hay más sapos que príncipes. Realmente sólo hay sapos".

Uno de esos días que salíamos a cenar dio la casualidad que detrás de ti había un espejo.
Me gustaba hablarte, mirarte a la cara y al mismo tiempo verte reflejada en el espejo. Era una visión cubista que me permitía verte en tres dimensiones, tus ojos, tu pelo, tu espalda. Y entremedias tus gestos, tus movimientos, todo en versión real y versión reflejada, como en versión presente y pasado. Era como verte desde muchas posiciones. Como escucharte desde diferentes momentos. Lo que decimos hoy suena ridículo cuando lo escuchamos mañana. El presente es demasiado cruel con el pasado, es tan prepotente como lo es el espejo con nuestro rostro.

El espejo también reflejaba todo lo que había alrededor. Otros ojos que te miraban también aparecían clavados en el espejo, como el movimiento de gente y los camareros que iban y venían. Es muy agradable entrar a cenar con una mujer que no pasa desapercibida. 

Luego te levantaste y me quedé solo ante el espejo. Es una sensación vacía mirarse reflejado en un espejo que sólo muestra lo que no se quiere ver. Cuando un hombre enamorado se mira en el espejo sólo ve delante a un sapo presuntuoso. Menos mal que regresaste enseguida y me tapaste. Te gusta escapar para que sienta tu ausencia, pero esa soledad no duele, sino que me permite verte desde todos los ángulos, desde todos los espejos que te rodean.

Otro día, años después, volví a sentarme ante el mismo espejo, ya no reflejaba ni tu pelo ni tu espalda. Pero no hay duda de que ese espejo está trucado, yo sólo te veía a ti, sólo te escuchaba a ti. Y es que a veces los espejos se apiadan de nosotros y nos dejan ver lo que queremos ver. 

Es una pena que hicieses caso a tu madre cuanto te dijo que sólo hay sapos, que los príncipes viven en los cuentos. Dice esas cosas porque no para de mirarse en el espejo y preguntarle por su último retoque de cirugía. No sabe que el tiempo no se habla con los espejos y que los sapos lloran de amor por la luna.