APRENDICES DE CRÁPULA
Querrían ser “latin lovers”
pero se les ve inmediatamente que son ratones de biblioteca.
Son aprendices de crápula
pero no engañan a nadie. Cometen errores imperdonables. Piden cafés
con mucha leche en lugar de un gin tonic, hablan en lugar de sonreír
o gesticular, como se hace en esos bares con la música a todo volumen.
Se lanzan a contar historias, ideas, a filosofar a cualquiera que pasa.
Querrían ser “latin lovers” pero se les ve inmediatamente que son
ratones de biblioteca.
Se les ve que se aburren en los
sitios con esa música machacona tan alta y que por su mente alejada
sólo suenan fados y boleros, poesías a las que se pone música
para disfrazarlas de canción.
Son una especie habituada a los
cafés, a las tertulias, al placer de conversar. Se acercan a las
mujeres, pero sin éxito y con la garantía de aburrirlas.
Las mujeres no quieren escuchar discursos, quieren bailar, pero ellos no
bailan, no saben, sólo leen y leen. Querrían ser “latin lovers”
pero se les ve inmediatamente que son ratones de biblioteca.
Se les ve salir de los bares más
solos de lo que entraron. Se les reconoce porque llevan libros escondidos
en el bolsillo de la chaqueta. Se les nota que se quedan pensativos y se
evaden a otros mundos a años mil del bar. Ni siquiera son aprendices
de crápula. Querrían ser “latin lovers” pero se les ve inmediatamente
que son ratones de biblioteca.
Y en lo que más se les nota
es en que no saben mirar a una mujer sin pensar que detrás de una
noche lo mejor viene en un millón de noches detrás. No pueden
disimular que se hacen ilusiones.
Querrían ser “latin lovers”
pero se les ve inmediatamente que son ratones de biblioteca, solos, perdidos,
restos de un tiempo que no volverá.
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