|
EL VIAJERO. Geografía
íntima. |
CASAVEN
La vida sigue, pero cómo.
A veces el viaje no espera. A veces
el viaje llega al viajero sin salir de su casa.
Ella volvió al cabo de los
años sin avisar, como vuelven los que nunca se han ido, dio un golpe
en la puerta para abrirla y le dijo que si había otra mujer dentro
ya sabía lo que tenía que hacer. No hizo falta, el viajero
siempre había estado esperando.
El viajero estaba tan feliz que
perdió la voz. Se le hizo un nudo en la garganta que le hacía
hablar con voz de teléfono. Cuando recuperó el habla dejó
que hablasen las lágrimas, que son esas palabras que hablan cuando
no hay palabras.
Se amaron antes de hablar porque
siempre habían hablado amándose, y sólo entonces,
cuando habían saciado la sed de años, hablaron del arte de
amarse, que es lo mismo pero con palabras. Sólo hablaban cuando
no tenían fuerzas para decírselo con caricias y siempre era
de la cosa, de esa cosa perdida en el horizonte que es inabarcable y que
contiene toda la verdad, pero que nunca se alcanza porque no puede quedarse
quieta. Hablaron del tiempo perdido por los que emplean la vida intentando
descifrar la cosa, y de que era más práctico imponer un plato
precocinado para todos, con verdades absolutas, para no perder tiempo descubriendo
la rueda, pero el viajero no quería aprender lo que los demás
creen que es la cosa. El viajero quería comprender por si mismo
aquella cosa distante, sabiendo que cada vida tiene su propia verdad y
que no se puede compartir.
Ella le curó las heridas,
desinfecto los rincones que la olían a otros perfumes, se supo querida,
y se volvió a ir tras asegurarse que le dejaba solo y perdido, como
se van los piratas, como se quedan los viajeros cuando el viaje les deja.
Se fue dejándole ante la pregunta, ¿te subes al barco de
los piratas o te quedas esperando a que vuelvan los piratas?.
La vida sigue, pero cómo.
|
|