BAILANDO CON UNA ESCRITORA
Escrito con cuatro manos y antes
bailado con cuatro pies.
Ella baila con la cabeza y con los
pies, sin corazón porque se lo deja en casa, como las llaves, pero
baila mejor con las palabras.
Después de algo de naranja,
que hubo que cambiarlo porque tenía que ser sin gas, dijo con palabras
lo que acababa de decir a ritmo de salsa, claro que antes había
dicho eso de “no llevas el ritmo, estás bailando otra canción”.
Ella sabe que el baile es un juego escultural, luces y sombras que forman
curvas esculpidas al azar.
Bailar es transmitir lo mejor de
ti a la otra persona, hacerla disfrutar con lo más puro que tenemos,
que es el deseo de transcender más allá de los límites
del roce de unas manos y de dominar a través de la poderosa guía
de una mano en la espalda. Esa mano que dirige tus pasos cuando tu voluntad
se funde al saborear el acierto de cada figura de baile, cuando el movimiento
se adapta perfectamente a la intención de cada segundo de la canción.
Quizás sea más fácil
de entender si describimos lo que no tiene. Con el acto del baile desaparece
la soberbia, el egocentrismo, los miedos y las imperfecciones. No hay fronteras
ni pecados. Se desvanece el propio yo para convertirse en un nosotros que
refleja toda la humanidad como un ente perfecto. Es la entrega absoluta
al darte al otro y al recibir todo de ese otro que sientes como tu propio
aliento porque formas parte de su ser.
Y después se fue a bailar
con otro que baila mejor, pero que no sabe entender lo que dice cuando
no lo dice, cuando lo dice bailando …, como este artículo, escrito
con cuatro manos y antes bailado con cuatro pies. Y es que se necesitan
dos para bailar un tango.
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