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30 de enero de 2020

VIAJE AL HOSPITAL

La vida que no se regala no merece ser vivida.

A veces uno va a los hospitales a despedirse. Lo sabe el enfermo y lo sabe el que visita.

Despedirse de quien más se quiere no es fácil. Tampoco es fácil pedir perdón por toda una vida. A veces hasta el último momento uno no ha encontrado el momento o el valor, y en ese momento sabe que ahora o nunca. Tampoco es fácil prometer. Tampoco es fácil decir un te quiero y que no quieres quedarte sin haberlo dicho.

En esos últimos momentos de una vida, todo lo que se dice es lo último que se escuchará, por eso cada palabra es oro y queda escrita a fuego sobre la piedra.

El viajero hizo algunas veces este viaje.

Una vez fue a una anciana a la que seguramente había decepcionado. Uno lo da todo y a veces no comprende al otro. A lo mejor no le decepcionó pero el viajero pensaba que podía haber hecho más. El amor está por encima de estas pequeñas cosas y es lo único que se recuerda. 

Una vez fue a un anciano que le había dado completamente todo con el único deseo de que el niño alcanzase las metas que él no alcanzó. Cuando el viajero no alcanzó las metas, el anciano le quiso todavía más porque lo importante era que el niño lo había intentado. 

La vida nos enseña que los logros no importan. Sólo son las metas de los viajes, las cimas, no valen nada. Lo que de verdad vale es el viaje, el camino hacia nuestros sueños. La felicidad está en el viaje, en el camino, no en alcanzar las metas. 

Una vez fue a una mujer joven que le había regalado vidas nuevas, su propia vida y además le había salvado la suya unas cuantas. Una de ellas obligándole a tomar un saquito de píldoras de colores para cortar una infección en un desierto remoto de Asia, en medio de la nada. Y salvó la vida al viajero. Y luego le regalo las vidas que tanto deseaba y que son la razón de todo. Se despidió diciéndole que le había hecho muy feliz. Seguramente sabía que esas palabras de despedida significaban lo único que importa, haber regalado la vida a otra persona.

El viajero siempre salió del hospital como si se hubiese metido en una lavadora y se hubiese centrifugado todos los errores. Como si hubiese dicho lo que no podía quedar sin decirse. Como sabiendo que no se ha dicho nada y que queda todo por decir y que de algún modo que desconocemos se seguirá contando.

Uno sale del hospital sabiendo que la vida que no se regala no merece ser vivida.
 


 

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