VIAJE A UNA NIÑA

Ridículos miedos que nos ciegan.

Bajaban de la montaña. Los dos llevaban garrotas. Ella llevaba una garrota reluciente y el viajero una garrota sin restos de color.

Los dos llevaban sombreros al modo de los peregrinos de antes.

Se cruzaron con una familia. Al pasar, una niña pequeña le dijo a su padre llena de convencimiento: ¡son pastores, llevan garrotas!

Lo escucharon de lejos y siguieron el paso sonriendo.

Todos queremos ser pastores. Todos queremos ser útiles guiando a los demás. Todos nos sentimos algo pastores al formar una familia.

El pastor guía porque conoce el camino, advierte porque percibe el peligro que enseña la experiencia. El pastor protege porque se siente responsable de los demás.

Ojalá una niña como aquella siguiese a los pastores, pero miran atrás y no hay una niña. 

Se les van los ojos detrás de una chinita que recoge las sillas del cine de verano.

Se recrean mirando a las niñas con tirabuzones.

Pero no hay una niña.

No se culpan el uno al otro. No se habla.

A veces uno llega tarde.

A veces uno tiene miedo.

Pero la niña no está y ellos querrían ser pastores.

Desde la vejez duelen las ausencias causadas por los miedos, ridículos miedos que nos ciegan.