11 de agosto  de 2017

TODA LA VIDA POR DELANTE.

Expectativas no cumplidas en nuestros jóvenes.

Las épocas de crisis ponen a prueba los sistemas de aprendizaje. En épocas de bonanza se ve recompensado el esfuerzo formativo con un buen puesto de trabajo inmediato. 

En épocas de crisis la buena formación se desperdicia porque no hay empleos.

Ante la falta de empleos los jóvenes cualificados tienen que emigrar y aceptar trabajos muy por debajo de sus capacidades. En este momento empiezan a no ver una relación entre su esfuerzo y la recompensa.

Esta reacción es cortoplacista. La formación es una inversión y no todas las inversiones dan fruto de inmediato. 

Esta visión amplia del tiempo y de las épocas buenas y malas es difícil de comprender en la juventud.

El joven se fija en el nivel de vida de sus padres y que han vivido mejor que sus abuelos. Quieren entender que les prometieron una vida mejor si se formaban. El resultado es que se formaron más y viven peor.

¿No merece la pena formación? Si la formación no es vocacional y se estudia únicamente por razones laborales es evidente que es una inversión fracasada. Si la formación es vocacional pero no hay trabajo es una decepción profesional, aunque queda a salvo el aspecto personal, la valoración del tiempo empleado en aprender.

Otro problema es el exceso de expectativas en la juventud. El que los padres hayan vivido bien no es garantía de que todo siga igual. Europa fue un buen ejemplo con las guerras mundiales que siguieron a épocas de prosperidad. Los padres tuvieron una época de paz y los hijos tuvieron que ir a la guerra.

Hay ciclos económicos y los jóvenes deben asumir que nada está garantizado.

El problema de las expectativas no cumplidas entre los jóvenes no es sólo la decepción sino la falta de reacción. 

Ante la adversidad sólo cabe protegerse o aumentar el esfuerzo y asumir riesgos.

En todo caso, la sociedad no es culpable de haber generado expectativas a la juventud. 

Siempre fue difícil y los padres actuales se limitaron a vivir la época que les tocó vivir. 
A los hijos les toca hacer lo mismo y por supuesto no culpar porque nadie es culpable de una mala racha, todos las sufren, aunque no todos la sufren por igual, los jóvenes tienen menos recursos, pero a cambio tienen lo más valioso: toda una vida por delante.
 


 

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