VIAJE A LOS CARAMELOS DE LOS FANTASMAS

Unos fantasmas blancos y morados que les regalaban caramelos a la luz de las velas. 

A la vuelta de un viaje pararon en carretera para tomar un café. Al poco tiempo llegó un niño que estaba mareado por el viaje en coche, lo que sucede a todos los niños.

Los padres no paraban de hablarle y ofrecerle algo de beber y comer. La cara del niño reflejaba cansancio y esas ganas de llegar a casa que los niños no saben disimular.

El viajero venía de un lugar del sur en el que durante las procesiones de Semana Santa los penitentes repartían caramelos a los niños. 

El viajero recordó como los niños decían que eran fantasmas que salían en la oscuridad de la noche y la luz de las velas. Pero los caramelos hacían perder el miedo a los capirotes, esa especie de gorro alto de tela en forma de cono que forma parte del hábito de penitentes y cofrades en las procesiones de Semana Santa y que tiene su origen en la época de la Inquisición. A los condenados por el tribunal de la Inquisición se les colocaba un gorro similar, que llevaba pintadas figuras alusivas al delito cometido o a su castigo (por ejemplo las llamas del infierno).

Por su significado penitencial, las cofradías lo adoptaron en el siglo XVII. La forma cónica del capirote alude al acercamiento del penitente al cielo. La tela que cae sobre  la cara y el pecho sirve para ocultar el rostro y la identidad del penitente.

El viajero recordó aquellos caramelos fantasmales y corrió a hacerse con un puñado. Se acercó al niño y se los volcó en el cuenco que formaban sus dos manitas. 

Con esto se te quita el mareo, le dijo el viajero. El niño sonrió aliviado  y se llevó los caramelos y el recuerdo. Algún día recordará que un extraño le regaló caramelos para que no se marease.

Al viajero le quedaba en la mente otro recuerdo. Las caras asustadas de dos niños ante unos fantasmas blancos y morados que les regalaban caramelos a la luz de las velas.