28 de febrero de 2017

VIAJE AL VALLE DE LA MUJER BONITA

Después de viajar por todo el mundo el viajero comprendió que no había un lugar más bonito que su valle.

Ella no era guapa, era bonita. El abuelo del viajero se lo decía a su abuela. Guapas son las vacas, tu eres bonita. Y la abuela sonreía viendo pasar una boda con cortejo de blanco mientras ellos se acababan de casar rodeados de pobreza. Tu eres bonita, repetía mil veces el abuelo poeta que sabía que la suerte le había llegado.

Mirando al valle recordó aquellas palabras de un día de primavera y dijo que el valle era bonito, quería decir sagrado, pero a veces no se atrevía a decir todo lo que pensaba.

Miraba al valle y no veía el valle. Veía al padre. A veces los lugares son sagrados pero uno no se atreve a decirlo. Lo sabe, lo presiente, pero calla. Son valles a los que llamamos casa en lugar de valle. Son sitios donde se siente el hogar, la casa, lo nuestro, nuestro paisaje, el último lugar que no gustaría ver antes de irnos.

El valle era pedregoso en su lado norte y su cordillera era inacabable hasta las puestas de sol. En el centro del valle una montaña que recogía en su cima al sol en su ocaso el día del equinoccio de primavera. Era como un vértice de nieve blanca rodeado de una circunferencia anaranjada.

En el valle había toros bravos, fresnos y encinas. Lo cruzaba un pequeño rio de sierra en el que había restos de un antiguo molino.

El cielo era de un azul claro repleto de luz. El viento de la sierra lo mantenía siempre limpio y lleno de aroma a romero y tomillo.

El viajero no se arrepentía de tantos viajes, solamente se arrepentía de haber tardado tanto en comprenderlo, en saber que lo mejor lo tenía tan cerca sin necesidad de irse tan lejos.

El valle era como ella, estuvo años a su lado y tardó demasiado en comprender que era ella. Sólo lo comprendió cuando ella habló del valle.

Decía el viajero que todos los viajes eran un único viaje a la vereda que atraviesa nuestro valle, un paseo hasta sentarse en una piedra y esperar a que ella pase algún día y nos reconozca. Ella era viajera y algún día tendría que cruzar el valle. Son cosas que están escritas.

Es la suerte la que dibuja los caminos del destino. No todas las mujeres supieron ver el valle, pero un día el viajero escuchó que ella decía: este es el lugar. Y entonces ya supo que la suerte había llegado para no salirse de la vereda que atraviesa el valle. Entonces supo que ella era bonita.
 


 

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