16 de febrero de 2017
VIAJE AL COLOR VERDE. Se encontraron porque se tenían que encontrar, cosas que están escritas. Era cuestión de tiempo. Eran dos perdedores que más tarde o más tempano habrían sido abandonados por sus parejas y se hubiesen encontrado caminando los dos solos. Eran de esa clase de perdedores en las parejas que lo dan todo hasta quedarse exhaustos, que sostienen con su esfuerzo el peso de la relación y que dan más de lo que reciben. De esos que se dice que aguantan todo y que nunca rompen el vínculo. Eran de esos dependientes emocionales que creen que las relaciones son para siempre y que hay que darlo todo y aguantar todo. Así ven pasar los años por encima de sus cabezas y siguen apostando y sosteniendo con sus dedos una montaña de arena. No les hizo falta que les dejasen, la vida les dejó solos sin apenas darse cuenta. Fue entonces cuando se encontraron. Hay personas que nacen para vivir en pareja y otras que nacen para vivir solos. Estos eran de los primeros, así que andaban solos pero a disgusto, con esa sonrisa sobrepuesta de los malos actores. Iban dando tumbos, sin encontrar, sin buscar, solamente dejándose llevar por una vida que ni entendían ni querían entender. Cuando se conocieron los dos tenían mucho miedo. El miedo de esos perros abandonados que nos cruzamos por los caminos y se asustan con escalofríos temiendo un imprevisto golpe mortal. Ese miedo que tiene el que ha sufrido y no quiere volver a sufrir. Ella le puso una única condición, esperar al primer día de primavera. El día en que la luz vence al miedo oscuro del invierno. El día en que los dedos helados de los árboles se transforman en flores que anuncian un fruto. El viajero miró la luz que
entraba por la ventana medieval orientada al nacimiento del sol en el equinoccio
de primavera. Entonces sintió lo que sienten los árboles
de la montaña. Se sintió descongelar. Sintió como
su negra corteza se tornaba en verde. Pero siguió con miedo, el
miedo no se descongela.
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