26 de enero de 2017
VIAJE A LOS ÁRBOLES Las raíces hacia el cielo. Martin Luther King dijo “si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol”. Los antiguos guerreros en África tenían que llevar semillas del árbol de su tribu en sus mochilas para esparcirlas por todos los lugares a los que llegasen y que al ver aquellos futuros árboles los visitantes, supiesen que estaban en el territorio de su tribu. En América hubo un colonizador que llevaba siempre los bolsillos llenos de bellotas para plantarlas por todas partes. A veces en la vida se plantan árboles a los que no se verá crecer y no nos darán sombra, pero se la darán a otros. Eso es la esencia del la vida, plantar vida. Al final uno se arrepiente de no haber plantado más árboles en tanta tierra yerma. Al final los abuelos meriendan con sus nietos a la sombra de los árboles que plantaron de niños y en los que hoy anidan los pájaros. Al final los hombres se despiden de sus jardines abrazando los árboles que plantaron. A veces uno se encuentra a los árboles por la calle, sí en medio de la calle, tirados, abandonados. Así se encontró el viajero a don abeto. La verdad sea dicha que pasó de largo durante varios días, fingiendo que no lo veía. Y es que no hay árbol al que el viento no haya sacudido como dicen en la India. Pero al final no pudo resistir verlo tan triste, tan muerto tras haber pasado la navidad encerrado con la calefacción al máximo. Era uno de esos árboles que la gente mata para colgarlos unas bolas de colores durante unos días. No pudo más y en un paseo nocturno lo abrazó por su tronco y se lo llevó arrastrando hasta su casa. Lo subió a su terraza llenando todo de púas de abeto. El pobre estaba tan seco, pero siempre queda la esperanza. A los pocos días lo llevaron a la montaña. Se lo enseñaron al sabio del monte que lo vio, lo tocó y no puso buena cara. Aún así lo llevaron al jardín. Cuando lo sacaron de la maceta descubrieron lo peor. Le habían cortado unas gigantescas raíces para apretujarlo en una maceta que cupiese en una casa. Sólo quedaba un poco de cepellón. Aún así lo plantaron y lo regaron. En la vida no sólo se plantan árboles. En la vida también se intenta curar a los árboles, que es tanto o más que plantarlos. Por eso decía Nietzsche que “todo el que disfruta cree que lo que importa del árbol es el fruto, cuando en realidad es la semilla. He aquí la diferencia entre los que creen y los que disfrutan”. Ella le dijo al viajero que seguro que don abeto sobreviviría, que siempre queda una raíz que mantiene a los árboles vivos. Entonces el viajero se acordó
del baobabs, de los que se dice en África que son unos árboles
tan presumidos que un dios los dio la vuelta para que tuviesen las raíces
hacia el cielo.
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