20 de enero de 2017

VIAJE DE DOS MINUTOS CON UNA TRENZA

Hay historias que empiezan con una trenza. 

Una trenza morena, espesa y larga que cuelga sobre un jersey blanco. Unas palabras para romper el hielo y de pronto la trenza desaparece. Dos minutos que cambian una vida.

El viajero volvió al mismo lugar muchas veces, la misma hora, el mismo día de la semana, pero no vio a la trenza. Volvió y volvió muchas veces, pero la trenza había desaparecido. 

Sabía, presentía, que la trenza cambiaría su vida. A veces se tienen presentimientos que asustan y este era uno de ellos.

Pasaron tres meses y el viajero volvió a ver la trenza. Se dijo ¡ahora no la dejo escapar! 

Un café rápido al lado, en la Perla tras la iglesia. Todo era mágico y premonitorio. El café llevaba el nombre de su tierra marinera del norte y la iglesia era tan única en la ciudad como lo era ella. La mujer más bella del mundo en su momento más hermoso. El viajero le hubiese pedido todo y para siempre en ese mismo momento, pero sabía que le costaría años escuchar un sí.

Al acabar los cafés el viajero pudo seguir dos caminos, el que bajaba la cuesta o el que subía. Volvió a sentir que esa decisión cambiaría su vida. Nunca había sentido nada similar.

Aquel joven viajero no tenía nada de nada pero se las apañó para que ese día comiesen juntos, fuesen al cine y acabasen con un helado.

Poco después fueron a uno de esos grandes conciertos que tienen de butaca el suelo. Se hicieron con unos bocadillos y cenaron bajo las estrellas. El viajero no sabía nada del cantante inglés del escenario, pero justo esa mañana le ofrecieron unas entradas y coincidía con el poco dinero que tenía. Le aseguraron que a ella le encantaría. ¿Qué más hace falta?

Años después les dieron dos minutos para despedirse. Yo no … dijo el viajero. Pero la trenza consumió el poco tiempo que les quedaba: Gracias por haberme hecho muy feliz. 


 

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