VIAJE A UN UNIVERSO MINUTIARIZADO

El ritmo de la vida para un viajero cuyo universo era un pequeño jardín.

Qué curioso nos vamos lejos para ver porque tardamos mucho en aprender a saber ver.

Decía Ortega y Gasset que después de tantas vueltas por el mundo había comprendido que todo el universo se concentraba en su jardín.

Seguramente esto sucede a muchos hombres, a muchos viajeros, a nuestro viajero. 

Después de haber viajado por todo el mundo repitió el mismo viaje dentro de su jardín. 

Cada continente era una jardinera y los caminos eran los mares y el aire que le conducían hasta ellas. No dejaba de andar  día y noche por aquellos caminos como antes había volado o navegado por cielos y mares.

Y cuando llegaba a la jardinera, como cuando llegaba a la ciudad o a un continente, se recreaba en los detalles, en los habitantes, que ahora eran mariposas, avispas, sapos, lombrices de tierra, topos.

Prendía sus ojos en los colores, seguía el ritmo de las plantas, los inviernos, la nieve, los veranos, el sol, la lluvia de primavera.

Y el tiempo que es el gran enemigo del viajero, que siempre acorta cada viaje, que siempre nos produce la sensación de que todo ha pasado demasiado deprisa , se volvía a apoderar de aquel pequeño universo y pasaban los días, y pasaban los meses, y pasaban los años, y todo pasaba demasiado rápido. 

El único rastro del tiempo eran las plantas, eran los árboles, ya no eran tan pequeños, ya habían crecido. Muchos se habían quedado por el camino. Muchos se habían expandido con sus semillas y ya no eran ellos, eran muchos.

Así era el ritmo del universo, así era el ritmo de la vida para un viajero cuyo universo era un pequeño jardín alrededor de una gran roca a la que llamaba ballena.