4 de abril de 2016

LOS GRITOS DE UNA MADRE

Por esos caprichos de la naturaleza, somos un pedazo de nuestras madres.

Para los hombres es inimaginable lo que debe suponer llevar una criatura dentro de nuestro cuerpo y dar vida. 

Ese vínculo es eterno. Será por eso que las madres no necesitan preguntar, lo presienten todo.

Por eso a una madre le da una angina de pecho si el hijo le complica la vida, pero no le importa sigue detrás, siguen ayudando. 

Las madres siempre están en los hospitales al lado de los suyos.

Las madres visitan en las cárceles a los peores asesinos porque nunca dejan de ser sus hijos.

Las madres no se rinden, los padres sí. 

Los buenos pintores, como Van der Wayden, no dan el color grisáceo de la muerte al hijo crucificado, se lo dan a la madre que ve morir al hijo.

Y todo esto lo dijimos viendo las noticias en la televisión. Un niño se había tirado al río en busca de su pelota. El río venía crecido por las lluvias y arrastró al chaval. Tras un día de búsqueda se confirmó lo peor y se lo dijeron a la madre. Entonces se escucharon sus gritos. Nada puede describir un grito que no es de este mundo, que supera el peor dolor que se pueda sentir. Es un grito que nos dejó helados. Nunca volveremos a escuchar nada tan triste. Es el grito de una madre.


 

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