1 de marzo de 2016

EL HOMBRE QUE ELIGIÓ A SU PADRE

Historia de Saturnino Navazo, un padre español y su hijo adoptivo Siegfried Meir.


Padre e hijo.
ÁLBUM PERSONAL DE SIEGFRIED MEIR 

Llega un día para todos los hombres en que cuando recuerdan a sus padres se les corta el habla pero impresiona más cuando el hijo supera los 80 años y se trata del padre que él eligió.

Así le sucede a Siegfried Meir cuando recuerda a Saturnino Navazo, su padre adoptivo  español.

Esta historia aparece en un libro titulado ´Mi resiliencia´, que es la historia de Siegfried Meir, que de niño sobrevivió a los campos de concentración nazis de Auschwitz y Mauthausen.

Siegfried nació en Fráncfort (Alemania) en 1934 y como muchas familias judías  fue deportado a Auschwitz en 1943, cuando estaba a punto de cumplir nueve años. Iba junto con sus padres, Max y Jenni.

Cuando subieron al tren Siegfried les separaron entre hombres y mujeres. Siegfried quedó con su madre y fue la última vez que vio a su padre. No se despidió de él porque no sabía que no le volvería a ver.  

Cuando llegó con su madre al campo de concentración recuerda como la obligaron a desnudarse. Luego tuvo que esconderse en el pabellón de mujeres hasta que su madre murió de tifus. 

"Llegamos a Auschwitz-Birkenau y los hombres que desnudaban a los prisioneros le dijeron a mi madre: 'Esconda al niño porque si le ven los nazis le llevan a la muerte'. Así estuve dos meses oculto en una de aquellas literas colectivas hasta que mi madre murió a causa del tifus", rememora Mier. "Después, los demás presos me dijeron que no podían seguir ocultándome y me aconsejaron que me presentara al recuento de prisioneros. Y así lo hice. A los alemanes les caí en gracia y me convirtieron en su mascota, hasta tal punto que me hicieron un pijama de rayas a medida", añade.

"Al cumplir nueve años, me sacaron del campo de mujeres y me llevaron al de hombres, donde cogí el tifus. Me metieron en el barracón de los mellizos, en el que el doctor Mengele hacía sus experimentos. Allí me pusieron muchas inyecciones, pero Mengele no lo debía hacer tan mal porque jamás he estado enfermo".

Cuando entraron las tropas rusas en Auschwitz, Siegfried fue subido a un convoy que fue atacado por partisanos yugoslavos, lo que obligó a él y a otros muchos prisioneros a seguir camino a pie. Sin que sepa muy bien cómo, acabó en el campo de concentración de Mauthausen (Austria), donde de nuevo cayó en gracia a los carceleros tras presenciar la rabieta que cogió cuando pretendían raparle el pelo. Tan simpático les pareció el chico que le vistieron con un traje de bombero y le metieron en el barracón de los republicanos españoles.

El niño no sabía quienes eran los españoles, hoy en día ha elegido ser español. Cuenta que eligió a su padre y su nacionalidad.

El guardia alemán llamó al futbolista republicano español Saturnino Navazo y le dijo que el chico quedaba bajo su custodia.

«Navazo se ocupaba de la barraca y de organizar los partidos de fútbol. También trabajaba pelando patatas y yo le ayudaba. Cuando podíamos, robábamos algunas de ellas y las repartíamos con los demás», cuanta Meir en el libro. «Le acompañaba a los partidos, llevaba sus botas, le daba masajes y él se portaba como un padre conmigo. Por eso, meses más tarde, cuando llegó la liberación, le pedí que me llevara con él. Le pedí que fuera mi padre de verdad», apostilla Meir.

Cuando llegaron los soldados americanos a Mauthausen Meir,  Siegfried cumplió once años. Le ofrecieron ir a varios países con otros niños judíos, pero Siegfried se abrazó a Saturnino y le pidió ir con él. 

Pero yo no sé donde voy a ir, dijo Saturnino. No puedo volver a España, sólo sé jugar al fútbol ... Ya nos arreglaremos, di que eres mi hijo y que vives en Cuatro Caminos, en Madrid, calle …

"Entre ellos estaba Saturnino Navazo Tapias, que me aconsejó: 'Di que eres mi hijo. Si te preguntan, dices que vives en la calle de Don Quijote, número 49, de Cuatro Caminos, en Madrid'. En 1945, al ser liberado de Mauthausen, me fui a Toulouse con Navazo y otros. Allí, cuando tenía 14 años, aprendí el oficio de sastre. En Auschwitz sólo estaba hecho para robar. Navazo me convirtió en una buena persona y comprendió por qué yo era un ladrón. Yo siempre quise demostrarle que reconocía lo que había hecho por mí. Ese hombre, que murió a los 80 años, fue un padre para mí y jamás me pegó pese a que le hice cosas horribles", declara Meir.

Padre e hijo fueron con rumbo a Toulouse. Se asentaron en Revel, a 50 kilómetros al este de esta ciudad. Uno tenía 31 años, el chico ya 11. 

Siegfried  había pasado a ser Luis Navazo. 

"Él me llamaba siempre Luis, siempre me llamó Luis. En Francia, en Revel, para sus hijos y para las personas de esa generación que me han conocido, soy Luis. En la escuela de Revel nunca existió ningún Siegfried, era Luis Navazo. Obtuve mi certificado de estudios primarios como Luis". 

"Iba a clase con niños de seis años. A esa edad los niños son crueles, y se burlaban de mi ignorancia. Y para mí era... un mundo que no comprendía. De todo ello me quedó un rechazo absoluto de cualquier forma de enseñanza". 

Era rebelde, pero tenía la paciencia paterna de Saturnino. 

"Muchas veces, cuando me ponía imposible, me amenazaba extendiendo la mano: "Te voy a dar con estos cuatro" [le enseñaba la mano mutilada en Mauthausen]. Nunca lo hizo, pero siempre repetía esa frase cuando le sacaba de quicio".

"Estaba siempre furioso, pero no sé muy bien por qué. No puedo analizarlo. Esa es una de las razones por las que, cuando pienso en todo ello, en todo ese periodo, estoy tan agradecido a Navazo. Porque sin él yo hubiera sido un delincuente, un delincuente violento. Estoy seguro. Porque no tenía leyes, no tenía normas ni límites. Todo lo que me pudieron inculcar en mi infancia desapareció en Auschwitz. En Auschwitz aprendí otras normas, que no eran las de la vida normal; eran las normas de la supervivencia, que a veces es violenta e insolidaria". 

Nunca hablaban de Mauthausen. 

"Hablábamos de los demás, de cómo se iban adaptando a su nueva vida. Hablábamos mucho de un amigo de Navazo, Pascual, que murió... por haber comido demasiado". 

Con el tiempo Navazo se casó y la esposa no quería a Siegfried.

"Navazo trabajaba en un taller de muebles en Revel; era barnizador, especializado en piezas de época. Conoció a su mujer en ese taller. Hasta en eso fue íntegro; se enamoró de la primera mujer que conoció... Y fue feliz con ella. Nunca fue mujeriego...". "Navazo se casó. Tuvo cuatro hijos. Y sí, no me quería. Para ella, yo era un impedimento a su felicidad. Me odió. Decidí ganarme la vida solo. Lo mejor era irme. Vería a mi padre los fines de semana. Tenía 14 años". 

"En cuanto obtuve mi certificado de estudios primarios busqué un trabajo en Toulouse, como aprendiz de confección con la familia Frydmann; y más tarde, cuando me trasladé a París, continué trabajando con un confeccionista llamado Stem". 

"Hubo que pedir mi certificado de nacimiento y solicitar un documento de identidad con mi verdadero nombre, y me molestó. Me fastidió tener que volver a llamarme como antes".

Con el correr del tiempo, el niño de Auschwitz se instaló en Ibiza, donde se enriqueció con una cadena de restaurantes y varias tiendas de moda ad lib -"copiaba la ropa india de las chicas que venían de Katmandú"-; fue cantante de cierto éxito, amigo del músico Georges Moustaki, y actor frustrado porque "los directores de cine le veían triste" pese a su aspecto de galán. Tuvo hasta tres restaurantes. "Hoy estoy arruinado", confiesa.

Cuando murió su padre, Saturnino, perdió el interés por sus restaurantes, por la vida “como si se apagase la luz”. Se dedicó a parar largas horas con su hija y de tanto descuidar sus negocios se arruinó.

"Su cadáver no me impresionó. No sentí ninguna emoción al encontrarme en esa habitación con su cadáver. Sólo era un cadáver. No era realmente Navazo. Sentí emoción cuando me llamaron diciendo que había muerto, y más tarde sentí su pérdida y lo echaba de menos. Pero en el momento mismo de la muerte... Estaba entristecido, pero no hasta un punto de estar desesperado. El sentimiento de pérdida vino después. No sé cómo explicarlo, fue un sentimiento que nació casi sin querer

Siegfried no puede recordar a su padre Saturnino sin emocionarse, sin que se le salte una lágrima, por eso hemos contado su historia, porque es así como damos gracias a nuestros padres cuando sólo queda su recuerdo, la luz que nos ilumina cada día.


Padre e hijo
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