4 de febrero de 2016
MIEDO A DECEPCIONAR A LOS PADRES Un padre y un hijo no se miden recíprocamente por sus éxitos, sino por sus abrazos. Si los adolescentes no dicen la verdad a sus padres es porque temen que si supiesen lo que están haciendo lo reprobarían. Esta situación “tan adolescente” se mantiene en la madurez de muchas personas que temen decepcionar a sus padres por no haber triunfado en su vida. Hay situaciones en las que el padre impone una conducta que supera las capacidades del hijo. Es muy frecuente que el padre que ha fracasado en un aspecto quiera que el hijo triunfe y le redima de su etiqueta de perdedor. En todo caso, con fracaso o sin él, lo cierto es que los padres son muy exigentes con sus hijos. Incluso no son tan exigentes como podrían si se comparase con su esfuerzo para que a sus hijos no les falta de nada. Es normal que un padre quiera sentirse recompensado con el éxito de su hijo a cambio de una vida de sacrificios y privaciones. También es normal que un padre tema por el futuro de sus hijos y de sus nietos, así que quiere lo mejor en cuanto que lo mejor implica mayor seguridad en calidad de vida. El hijo lo sabe y es por eso por lo que siente tanto el fracaso o la comparación con los triunfadores. Al hijo le gustaría que sus padres pudiesen presumir de él como lo hacen los padres de los triunfadores. Es en ese momento cuando el hijo, sea adolescente o adulto, siente el dolor de no haber recompensado a sus padres. Siempre habrá personas mejores o peores que nuestros hijos, a pesar de las posibilidades que les hayan ofrecido sus padres. El gran error de todo padre es pensar que su hijo tiene más expectativas que las que realmente le corresponden. Y el error que agrava el anterior es compararle con sus hermanos o con otras personas de su edad que hayan triunfado. Ni el hijo debe disculparse por no haber alcanzado las metas que deseaba su padre, ni el padre puede compararle con los que alcanzaron esas metas. Incluso cuando el hijo se haya equivocado y sufra las consecuencias de sus errores, un padre no puede comparar a su hijo con otros, ni un hijo debe comparar a sus padres con otros. No por nada, es que nadie es comparable a nadie. Es algo contrario al gran amor entre
padres e hijos. Ningún padre cambiaría a su hijo y ningún
hijo cambiaría a su padre.
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