14 de agosto de 2015

¿QUÉ ES MEJOR SER UN PADRE EXIGENTE O SOBREPROTECTOR?

La respuesta ideal siempre está en el término medio pero los condicionantes sociales también afectan. Hoy en día somos excesivamente sobreprotectores.

En otras épocas en las que había muchas familias numerosas a los padres no les quedaba otra que ser exigentes. Aunque quisiesen ser sobreprotectores era imposible. Lo mismo sucede en sociedades con necesidades económicas básicas donde los niños deben empezar a aportar a la familia desde muy pronto.

Pero los psicólogos no suelen tratar estos casos. Por lo general se trata de familias de clase media alta, en muchos casos desestructuradas por las rupturas de pareja, y con un máximo de dos hijos.

Este tipo de padres tiende a sobreproteger a los hijos y luego a recibir la reprimenda de los psicólogos por no saber educar a sus hijos.

El efecto de los nini (ni trabajan, ni estudian) son una derivada de la sobreprotección de los padres. 

Ante estas situaciones los padres se desesperan, por un lado los jueces les imponen obligaciones de alimentos hasta edades muy avanzadas y por otro los psicólogos los califican de sobreprotectores por seguir cuidando de sus hijos adultos. ¿Por qué esta contradicción?

Entonces los padres preguntan al psicólogo ¿qué hemos hecho mal? Y el psicólogo les contesta que no han sabido enseñarles a ser autosuficientes. Que siempre que el niño ha tenido un problema han estado detrás para solucionarlo sin que el niño tuviese que poner más empeño en sus estudios, en la contención de su conducta, etc. 

Pero cuando estos padres quieren rectificar, que es lo único que les queda porque el pasado no lo pueden cambiar, la justicia les exige tener que seguir sobreprotegiendo a niños que ya se están pagando la hipoteca de una casa en la que no quieren vivir, como un caso judicial reciente.

Volviendo a la sobreprotección nos encontramos con que los padres antes daban otro tipo de libertad, por ejemplo a la hora de salir a la calle, pero hoy esa libertad se tendría que comparar con la libertad de acceso de menores a internet. Son mundos no comparables, pero aún así se quiere buscar semejanzas y la revista digital Slate realizaba una encuesta entre 6.000 lectores, para comparar qué cosas habían hecho ellos de pequeños, y cuáles de esas cosas permitían hacer a sus hijos. La conclusión era clara, los niños de antes tenían más libertad y hoy en día se sobreprotege mucho más a los niños.

El problema de la sobreprotección tiene dos visiones, a corto y a largo plazo. A corto, los padres están tranquilos protegiendo al niño. A largo, el niño se acostumbra a la buena vida y quiere ser protegido siempre. ¿Para qué me voy a ir de casa si aquí soy el rey y la nevera está llena? Es la pregunta que se hacen muchos jóvenes que han vivido sobreprotegidos y que están dispuestos a exprimir hasta la última gota de paciencia de sus padres. Esta mentalidad (por llamarlo de alguna forma) es inaceptable en los países del norte de Europa donde los jóvenes se emancipan mucho antes, mientras que en países latinos se impide ese deseo de independencia para seguir sobreprotegiendo. ¿Dónde vas a estar mejor que aquí con todo pagado?
 
En una entrevista al diario el País, el catedrático Francisco Javier Méndez Carrillo señala que “la sobreprotección es una chaqueta con dos mangas. Una ancha, permisiva o para el comportamiento infantil dependiente, y otra estrecha, estricta, autoritaria o para el funcionamiento autónomo”. “Los padres de los niños con mamitis o papitis, es decir, los que tienen miedo de separarse de sus papás y de estar lejos del hogar, de modo que se convierten en su sombra y les persiguen por toda la casa. Son padres muy indulgentes con la ansiedad del hijo y ceden rápidamente a sus exigencias”. “Así, no le dejan ver el telediario para evitarle las malas noticias, no le permiten patinar para que no se caiga y se haga daño, o no le informan de la enfermedad del abuelito para que no sufra. También son renuentes a las actividades que escapan a su vigilancia, como dormir fuera de casa o ir de acampada”. “Desde una perspectiva educativa, la protección es un fenómeno beneficioso en la primera infancia, pero se debe retirar gradualmente de forma natural a medida que el niño crece, madura y se desarrolla biológica, psicológica y socialmente, adquiriendo hábitos de higiene, habilidades sociales o aprendizajes escolares, que posibilitan y favorecen la independencia y autonomía personal”. Todo ello además aplicando un poco la lógica en las situaciones que van dándose día a día. “Los padres deben valorar en cada situación qué es lo prioritario, por ejemplo, si el niño interrumpe una llamada telefónica sobre un asunto de trabajo importante exigiendo que le preparen la merienda para irse a jugar, hay que enseñarle a que espere su turno”.

Y acabando con esta última reflexión del catedrático sobre la llamada de teléfono y la arrogancia del niño emperador exigiendo su merienda, el problema de fondo está en que el padre no tiene herramientas para corregir a su hijo. Primero porque no sabe y es nuevo en el oficio de padre y segundo porque haga lo que haga le criticarán, por mucho o por poco. La sociedad antes podía estar equivocada pero tenía unas reglas claras en materia de educación de los niños. Hoy en día cada experto dice una cosa, todas perfectamente lógicas, pero no hay una regla clara para padres inexpertos, por esto si la pregunta fuese ¿qué es mejor ser un padre exigente o sobreprotector?, la respuesta que dan hoy en día los expertos es que uno sea exigente siendo bastante protector, así que a ver quien se aclara. Y el resultado, los ninis.
 


 

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