4 de abril de 2015

VIAJE A LOS BRAZOS DEL PADRE.

¿Qué mejor manera de viajar para un niño que en los brazos de su padre? ¿Qué mejor consuelo para un anciano que recordarse abrazado por su padre? Los brazos del padre forman una especie de V que se dibuja en un valle, el símbolo de la primera letra alfa antes de que los romanos la volcasen. Ese lugar existe, es un valle protegido del norte por una cordillera de montañas que llegan hasta el horizonte, un lugar lleno de fresnos y encinas, una V imperfecta que para el viajero contenía todo el universo. El único lugar en el que se preguntó ¿para qué salir del valle?

La letra alfa, la primera del alfabeto griego, realmente era de origen semítico, de los cananeos que simplificaron en 22 signos el signario egipcio. Esto pasó a los griegos que respetaron el nombre de las nuevas letras y su signo. Alfa en griego no significa nada, pero en cananeo era toro, por eso se representaba con una V con una raya central, beta B significaba casa. En los monumentos griegos es normal encontrar el símbolo V de alfa, pero luego los romanos decidieron volcar el signo y lo vemos como A. Es curioso que el viajero pensase en estas rarezas al volver la V de su valle lleno de toros, el único sitio en que se unían alfa y beta.

La mejor vista del valle al completo era a la llegada, al dejar la gran carretera y girar hacia los pequeños pueblos. A su derecha empezaba una cordillera de montañas que seguía en línea recta hasta el horizonte por donde cae el sol el día del equinoccio de primavera. Visto desde su lugar, el sol caía  ese día sobre el pico nevado de la más alta de las montañas.

Cuando el viajero llegaba a este punto siempre decía “casa”. No lo dijo nunca en ningún otro lugar, ni en su propia casa, ni en la casa en la que nació, ni en las casas que le vieron pasar. Era lo que las familias llaman la casa de todos, la de los más mayores. El lugar en el que ninguno se siente extraño, el lugar en el que se ha crecido, el hogar que no se ve como una cosa porque tiene vida propia y está llena de recuerdos. 

A la derecha de la carretera había prados, era una dehesa de fresnos en la que pastaban los toros bravos. Al adentrarse en la carretera el valle perdía su verdor y aparecían las encinas, dueñas del paisaje hasta alcanzar los pinares de la alta montaña.

Sólo había montañas en uno de los lados, el que daba al norte. En el otro era monte bajo de retamas y chaparros. 

A medio camino del valle había una casa rodeada de encinas y grandes rocas con forma de ballenas. Junto a la casa sólo quedaba maleza. De lo que había sido un jardín, sólo los lilos y un árbol de camelias sobrevivieron a los años de enfermedad, sequía y abandono. No quedó ni una sola rosa, así que volvió a plantarlas y a la primera rosa la rodeó con dos letras, las dos letras del valle, las dos letras de todas las vidas desde la antigüedad del valle, cuando un hombre antes de tener un casa (beta) debía tener un toro (alfa) con el que alimentar a su familia. 

LA CASA DE MI PADRE 
Gabriel Aresti, 1963 

Defenderé
la casa de mi padre.
Contra los lobos,
contra la sequía,
contra la usura,
contra la justicia,
defenderé
la casa
de mi padre.
Perderé
los ganados,
los huertos,
los pinares;
perderé
los intereses,
las rentas,
los dividendos,
pero defenderé la casa de mi padre.
Me quitarán las armas
y con las manos defenderé
la casa de mi padre;
me cortarán las manos
y con los brazos defenderé
la casa de mi padre;
me dejarán
sin brazos,
sin hombros
y sin pechos,
y con el alma defenderé
la casa de mi padre.
Me moriré,
se perderá mi alma,
se perderá mi prole,
pero la casa de mi padre
seguirá
en pie.





 

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