16 de marzo de 2015

LA HISTORIA DE UN PADRE ANCIANO Y UN HIJO TRAIDOR EN SEVILLA

En el escudo de Sevilla se esconde una historia. Una guerra entre un padre y un hijo traidor. Una guerra que no llega a lucharse porque el hijo quiere que su padre se sienta vencedor en la ciudad que le sanó la vista y porque no quería que todos le traicionasen después de haberle traicionado su propio hijo. Sevilla fue fiel al viejo rey y lo recuerda con una leyenda en su escudo.

El escudo de Sevilla, en el que aparece el rey Fernando III con corona y espada, con los obispos San Isidoro y San Leandro a los lados, se acompaña de la leyendal NO8DO.

El rey Alfonso X, el Sabio se dedicó en exceso a las artes y se olvidó de reinar. Vino el descontento y la esposa del rey, doña Violante, prefirió una traición familiar a que cualquier noble se hiciese con el trono, así que convenció a su hijo Sancho para que traicionase a su propio padre y anticipar su reinado.

Sancho resultó un buen negociador y ganó la guerra sin luchar, convenciendo a todos los nobles. Conquistó poco a poco todas las ciudades pero se detuvo en Córdoba y respetó Sevilla, el lugar donde se había refugiado el anciano padre Alfonso X, el Sabio, protegido por algunos nobles, la iglesia y el pueblo de Sevilla, que obligó a su ayuntamiento a jurar fidelidad al rey derrotado.

Como signo de gratitud a esta lealtad, Alfonso X concedió en 1283, al ayuntamiento de Sevilla un símbolo a modo de lema, formado por las sílabas NO y DO con una madeja en medio. NO 8 DO. Este criptograma es NO-MADEJA-DO, expresión fonética de la frase NO ME HA DEJADO

La relación de Alfonso X con Sevilla venía de antiguo, cuando en 1248 ayudó a tomar la ciudad por Fernando III “el Santo”, y cuando mandó construir las Escuelas Generales de Latín y Árabe y la de Gramática, así como las Reales Atarazanas de Sevilla, que se convirtieron en el mayor astillero de Europa, pero también había algo muy personal. El rey había sufrido años antes una grave enfermedad en un ojo y, al curarse y volver a ver, es decir a poder leer que era lo que le importaba, quiso dar las gracias regalándola una joya en Triana, la Parroquia de Santa Ana, la primera iglesia de nueva planta que se levanta en la ciudad tras ser reconquistada. Esto es lo que se puede leer en la cabecera de la nave del Evangelio, su origen se debe a la curación de una enfermedad que padecía el monarca Alfonso X el Sabio en los ojos, con la intervención milagrosa de la madre de la Virgen, Santa Ana. 

A veces es más fácil sanar una enfermedad que librar a un padre de un hijo traidor. 

Una guerra entre un padre y un hijo traidor. Una guerra que no llega a lucharse porque el hijo quiere que su padre se sienta vencedor en la ciudad que le sanó la vista y porque no quería que todos le traicionasen después de haberle traicionado su propio hijo. Y así murió Alfonso X, solo, sabio y traicionado, pero padre, es decir, perdonando al traidor de su hijo, y seguramente esperando su llegada sin espadas.
 


 

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