6 de febrero de 2015

LA VERSIÓN ESPERPÉNTICA DEL CABALLERO DE LA MANO EN EL PECHO.

El mito donjuanesco parte de una versión heroica. Por ejemplo, en El burlador de Sevilla de Tirso de  Molina y el Don Juan Tenorio de José Zorrilla. Pero llega a la generación del 98 con las Sonatas de Valle-Inclán que distorsiona el mito tradicional y crea un don Juan incapaz de ser un héroe verdadero. Valle-Inclán utiliza los primeros pasos del esperpento para establecer que “los héroes  clásicos reflejados en los espejos cóncavos reflejan su monstruosidad.” La clave está en que Valle-Inclán cuenta la historia desde la vejez, menudo espejo cóncavo de lo que se creía heroico. 

La Sonata de invierno, la cuarta en la tetralogía, trata del mito donjuanesco personificado en el marqués de Bradomín. Valle-Inclán cuestiona la validez del mito en el siglo XX. El autor vuelve a las fuentes del mito donjuanesco para examinar problemas modernos; presenta la imposibilidad del heroísmo en la sociedad moderna, o por lo menos la sociedad española de siglo XIX y los comienzos del siglo XX, a través de la degradación del mito de don Juan. 

El héroe moderno puede ser interpretado como una versión grotesca y deformada  de la versión clásica. El héroe mítico es mutilado plenamente. Como sucede en el Ulises de James Joyce, se trata de un héroe venido a menos, o  estrellado, en Luces de bohemia. 

Valle-Inclán toma el mito clásico y lo cambia completamente creando su versión esperpéntica frente a la heroica que se presenta en El burlador de Sevilla de Tirso de Molina. Según John Hook, el don Juan fundacional tiene siete características bien definidas: “interés tanto en el placer de la mujer como la decepción de la mujer; humilde y respetuoso en  cuanto a su linaje y sus antepasados; valiente; excesiva confianza en un poder más alto (Dios); la  falta de amistades verdaderas; alegría y felicidad; y la falta de madurez psicológica”. 

En la Sonata de invierno, Valle-Inclán nos presenta a un Bradomín canoso y seductor preocupado por la pérdida de sus poderes sexuales. Los íconos o los mitos sexuales se derrumban ante el espejo de la vejez. 

En varias partes de la Sonata de invierno, manifiesta su conciencia  del mito y su intento de seguirlo fielmente; Bradomín es consciente de sí mismo y de lo que su  presencia, maneras y fama suscitan en aquellos que le rodean, sobre todo en las mujeres: 
 

“Yo  tuve un momento de vanidad ante aquella acogida que mostraba cuánta era mi nombradía en la Corte de Estella.  Me miraban con amor, y también con una sombra de enojo. Eran todas gentes  de cogulla, y acaso recordaban algunas de mis aventuras mundanas”. 


Es el don  Juan exhibicionista que disfruta al ser el centro de la atención. 

Otro aspecto de la figura donjuanesca se ha caracterizado por narrar sus experiencias sexuales sin  ninguna sentimentalidad pues, como señala Manuel Bermejo, “Cuando don Juan Tenorio se enamora de verdad, deja de ser un don Juan”. 

Pero luego llega la vida y Bradomín dice: 
 

“Como soy muy viejo, he visto morir a todas las mujeres por quienes en otro tiempo suspiré de amor: de una cerré los ojos, de otra tuve una  triste carta de despedida, y las demás murieron siendo abuelas, cuando ya me tenían en olvido” 


La soledad es la única compañera que le queda a Bradomín, 
 

“Yo sentía un acabamiento de todas las ilusiones, un profundo desengaño de todas las cosas… era el primer frío de la vejez” 


En la totalidad de las cuatro Sonatas, las mujeres de Bradomín son cinco: María Rosario, la Niña Chole, Concha, María Antonieta y Maximina. Mientras que en las historias tradicionales donjuanescas las mujeres guardan rencor hacia el don Juan, en las Sonatas no siempre hay odio (ej.: María Antonieta). Tampoco es Bradomín quien pone término a la relación, sino la mujer. 

Cuando dice a la Duquesa de Uclés, la bailarina antigua, que es “eternamente joven,” ella responde: “Pues a  ti no te sucede lo mismo”. Como el don Juan no ha aceptado la vejez, este comentario le atormenta. 

Luego llega la amputación del brazo, algo evidentemente muy difícil de escribir por Valle-Inclán que también perdió un brazo. Por otro lado nos remite a la figura del caballero de la mano en el pecho del Greco, ese don Juan que consigue la compasión femenina.

En ese momento Bradomín dice “y sólo pensé en la actitud que a lo adelante debía adoptar con las  mujeres para hacer poética mi manquedad”. Es manco pero se sigue viendo Don Juan.

La muchacha joven que atiende a Bradomín durante su recuperación es Maximina, que es hija secreta de su relación con la Duquesa de Uclés. 

En este momento clave, cuando el amor es a la hija, se ve en el espejo de la realidad y se da cuenta de que se ha envejecido. Bradomín descubre otro amor no sexual porque Bradomín ve que Maximina lo ama y lo respeta. Esta situación es muy curiosa ya que él no puede revelar la relación de sangre que tienen. Así, cuando la superiora del convento descubre que Bradomín ha besado a Maximina, le pide a él que salga inmediatamente. 

Bradomín sale del convento sin saber lo que le ha pasado a ella y seguramente  tampoco le importa. Es posible que ella se haya suicidado. Ni el lector ni Bradomín lo saben. Bradomín vuelve a ser don Juan y prefiere salir en vez de preocuparse por la pena de otra persona. 

La apariencia es más importante que la verdad, la realidad de un viejo impotente e incestuoso que se vale de la compasión por las mujeres. Sólo eso es don Juan, sólo esa es la versión esperpéntica del caballero de la mano en el pecho.
 


 

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