21 de diciembre de
2015
VIAJE AL PASEO CALLEJERO Cosas que llegan a nuestros días y que como el piano de la película suenan mejor, no por viejas, no por haber sido tocadas antes, por sobrevivientes. En aquella época el viajero estaba atado a su ciudad, le ataba toda la responsabilidad que tiene un hombre al cuidado de lo más importante. Cuando tenía un hueco, el viajero aprovechaba un par de horas para hacer siempre el mismo recorrido. Empezaba por el gran museo. Con pequeñas variaciones, su viaje por el museo era casi siempre el mismo. Como el que va a ver a unos amigos, siempre los mismos, siempre en el mismo sitio. Ya inspirado, salía a la ciudad y subía la cuesta que lleva a la ciudad antigua. En aquella época esquivaba un barrio que debía tener algún pasado que le disgustaba. En aquel lugar siempre contaba la escena de la película cuando ruge la marabunta (“The naked jungle”). La acción transcurre en el año 1901. Christopher Leiningen (Charlton Heston), norteamericano, es el rico propietario de una plantación de cacao en América del Sur. Se había casado por poderes con una mujer también norteamericana (Eleanor Parker) que llega a través del río a la plantación. Cuando descubre que le ha ocultado que era viuda le cuesta aceptar su pasado. Mientras que ella está tocando el piano, dice indignado: en esta casa hasta el piano es nuevo. Ella le responde que si supiese algo de música sabría que los pianos que ya han sido tocados suenan mejor. Seguía el paseo por el centro histórico hasta llegar a una esquina en la que se juntan los dos palacios más grandes de la ciudad. La soledad hace que el paseante (el flâneur) afine el oído para escuchar lo que no debe. Es curioso lo que se puede escuchar “pegando la oreja”. Contaba el viajero que en una ocasión se pasó varias estaciones de metro para no dejar de escuchar a dos amigas describiéndose lo patéticos que resultaban sus novios en esos momentos secretos en los que ellos se creían … Otra vez, en una librería, agotó un libro para poder escuchar la historia de uno que había pasado una noche con una desconocida que decidió quedarse en su casa o con su casa. No se movió hasta que llegó al momento en que contó que por fin recuperó su casa. El paseante solitario escucha a extraños para consolar su soledad y se fija en lo que le mira. Ya lo decía el escritor Franz Hessel, al que Walter Benjamin cita en “El regreso del flâneur”, “Sólo vemos lo que nos mira”. La cita entera es "sólo vemos lo que nos mira. Sólo somos capaces de aquello de lo que no tenemos la responsabilidad.” Hessel escribió un libro sobre sus paseos por el Berlin de antes de la segunda guerra mundial. Describía calles ideales para el paseo, para observar los rostros de la gente, los escaparates, las terrazas de los cafés, los tranvías, las estaciones de tren, tanto al despertar el día como ya en el crepúsculo, cuando, con la ayuda del vidrio y la luz artificial, como señala el propio Hessel, “aparece la mezcla feliz”. Para él, pasear no era simplemente percibir la ciudad, sino rastrearla: detectar huellas, detalles, matices, impresiones fugaces. Según Hessel, pasear es un arte que requiere reeducar la atención, afinarla: aprender a desplazarla desde lo obvio y llamativo a lo apenas perceptible. En Paseos por Berlín, Hessel, tras haber vivido en París, centro de la modernidad, regresa a la ciudad de su infancia y recupera “el dulce desorden del cuarto infantil”. Algo parecido le sucedía a nuestro viajero que, como todos los flâneur, acababa siendo trapero de recuerdos y descubría tesoros inesperados a lo largo del paseo por la ciudad. Un tesoro era cuando creía que era ella, pero sólo era una desconocida con un parecido. Por un instante el corazón se le sobrecogía. Otro tesoro era el recuerdo infantil
de aquellas mañanas de churros, porras y bocadillos de calamares.
Mañanas paseadas de la mano de los padres fisgoneando por los mercadillos
de sellos, monedas, cosas viejas, cosas que un día estuvieron en
nuestras manos y que hoy se venden en una almoneda. Cosas que llegan a
nuestros días y que como el piano de la película suenan mejor,
no por viejas, no por haber sido tocadas antes, por sobrevivientes.
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