17 de noviembre de 2015

VIAJE A LAS TARDES DE CINE INFANTIL

Los padres con sus hijos en su primera tarde de cine.

El viajero sabía que había un viaje que cambia la vida, el viaje a los hijos. 

Hasta que no llegan los hijos se ignora que este viaje no es un destino, sino el inicio de un camino sin retorno. Lo aprendió con los años, como todo en la vida. 

De todos sus viajes había vuelto, pero de este quería que fuese el viaje permanente. Quizás por eso quería muchos hijos, por el miedo que atenaza a todo padre.

Cuando el viajero empezó el viaje no era tan joven como se debe, había llegado tarde a este viaje ocupado en otros viajecillos. La edad es importante en el viaje más importante de la vida. No sólo porque se requieren muchas fuerzas, sino porque uno deja de ser niño con los años y se pierden las ganas de jugar.

El primer hijo, el que transforma a un hombre en un padre, ya había crecido y le gustaban las películas. Estrenaron una película del espacio llena de monstruos que le llamaba la atención. Era la película ideal para ir juntos al cine por primera vez. Luego vieron muchas de dibujos animados, pero aquella no lo era. 

Era una tarde de invierno. Fueron andando a un cine que ya no existe y que estaba frente a una plaza enorme. Entraron con toda la ilusión con la que se llega a estas cosas. Por fin los dos sentados en el cine, mano con mano. ¡Qué grande es la pantalla del cine cuando se ve por primera vez! 

Empezó bien, pero al poco tiempo el niño se durmió su siesta. El viajero quiso despertarle pero no pudo. Se despertó al final cuando encendieron las luces y se puso a llorar porque no comprendía que no pusiesen la película otra vez.

Durante años jugaron con las espadas de colores de aquella película. Con los años vieron muchísimas películas en los cines. Pasaron infinidad de tardes de invierno juntos en el cine, el padre y los hijos. El viajero no se enteró de ninguna porque no quitaba la vista de las caras infantiles emocionadas con la película.

Una tarde de navidad el viajero se fue al cine con cuatros chavalines de la familia. El más pequeño se puso a llorar porque había empezado la película antes de entrar y el viajero tuvo que salir con él al pasillo. Del pasillo les mandaron a la calle porque las lágrimas y los gritos iban en aumento. En la calle estaba helando y los tres mayores, todos con menos de diez años, seguían dentro y tenían todos los abrigos. Menudo frio hacía a la puerta del cine, recordaba siempre el viaje en las cenas de navidad. Cuando el niño se calmó entraron a ver la película. Ese niño recuerda muchos años después que cuando entraron a la sala, los protagonistas de la película estaban cruzando un río.

Y con los años el viajero se preguntó ¿dónde están los niños del cine? 

Los niños eran hombres, el padre era un viejo. 

¿Se había acabado el camino? 

No, quedaba otro cine. Y volvieron a cumplir el ritual de ir todos al cine a ver una de esas películas que gustaban a los abuelos. 

El camino de la paternidad, el más difícil de todos los caminos, lo vale todo. Un día el viajero soñó que era un viejo adinerado al que venía un ángel y le proponía quedarse con todo su dinero a cambio de un único día con sus hijos a la edad de ocho y diez años. El viajero no lo dudó ni un segundo y tuvo el mejor sueño de todos disfrutando de la playa del norte junto a sus hijos pequeños.  

Tenía miedo a despertarse, pero cuando lo hizo se encontró con que estaba en la playa del norte y que sus hijos tenían esa edad, ocho y diez años. Entonces supo que había acertado dejándolo todo, que nada merecía más la pena que sus hijos y lo dio todo estar siempre a su lado. A veces la vida es el mejor sueño y el tuvo la suerte de haberlo adivinado con un sueño.

Así hasta que la adolescencia les llevó por el curso natural de la vida y los padres tienen que ser lo menos pesados posibles. Es el momento de sus pandillas de amigos.

Con el tiempo los niños se hicieron mayores y necesitaron su independencia, cosas que pasan, cosas del viaje, como el cine, un cine que estaba frente a la gran plaza y que hoy es otra cosa, un sitio sin alma, un lugar que no acoge a los padres con sus hijos en su primera tarde de cine.
 


 

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