16 de octubre de 2015

JUNTOS, NO EN COMPAÑÍA, PERO SIGUE CUIDÁNDOME.

“Una mujer que, como la luna, que no aparezca todos los días en mi cielo”. Chejov

Chejov era nieto de un esclavo. Su abuelo, Egor Mijáilovich Chejov, era un siervo que en 1841, después de mucho trabajo, compró su libertad. Pagó 3.500 rublos por su liberación y la de sus cuatro hijos. Uno de ellos, Pavel, se hizo comerciante y en enero de 1860 fue padre de un niño, Antón Pavlovich Chejov. 

Vivió 44 años pero le bastaron para pasar a la historia como uno de los mejores dramaturgos con obras inmortales como la gaviota, las tres hermanas o el jardín de los cerezos.

Chejov fue el tercero de los cinco hijos de Pavel, un hombre católico y violento. Nació en Taganrog, al sur de Moscú. No tuvo una infancia feliz por lo que empleó mucho tiempo en leer cuentos. Le gustaba disfrazarse y pronto se enamoró del teatro. 

Perseguida por las deudas, la familia huyó a Moscú. Chéjov se quedó en Taganrog, hasta terminar la secundaria. Le dieron una beca para estudiar Medicina en Moscú y comenzó a escribir cuentos para los diarios. 

Chejov quería llegar a la verdad de la vida. "Cada hombre vive su verdadera vida en secreto, bajo el manto de la noche", escribió en La dama del perrito. "Todo el sentido y todo el drama del hombre se encuentran en su interior y no en sus manifestaciones exteriores", decía. 

En una carta a un editor, Chejov admitía que algún día se casaría pero bajo ciertas condiciones: Ella tendría que vivir en Moscú y él en el campo, y el escritor iría a visitarla. “No puedo soportar esa clase de felicidad que dura día tras día, de una mañana a otra –decía Chejov-. Cuando alguien me habla un día y otro de las mismas cosas y en el mismo tono de voz, me enfurezco. Prometo se un marido maravilloso, pero deme una mujer que, como la luna, no aparezca todos los días en mi cielo”.  

Chejov era médico y por eso no hacía mucho caso a sus colegas, pero un día le dijeron que con los pulmones minados de tuberculosis no viviría mucho. Entonces decidió casarse. Todos los hombres, más tarde o más temprano, acabamos buscando una cuidadora. Esto no lo decía Chejov, es cosecha propia.

Lo que sí se puede decir a favor de Chejov es que cuando su esposa le escribía lamentando su ausencia y pidiendo ir a vivir a su lado al campo, Chejov contestó diciendo que sabía que se casaba con una actriz y que no podía desperdiciarse su talento artístico.

También hay que recordar que Chejov de lo que estaba realmente enamorado era de su jardín, por eso nunca renunció a vivir en el campo. Ya de joven escribía a su hermana María pidiéndole “que pusieran cañas para cercar los lirios y las peonías y evitar así que las pisotearan. Tenemos dos lirios, uno frente a tu ventana y el otro cerca del rosal blanco, antes de los narcisos. No podes los rosales hasta que yo vuelva. Recorta sólo los tallos que se hayan puesto mohosos durante el invierno o que tienen aspecto de estar enfermos. Pero ten cuidado al cortar, y no olvides que algunos que tienen mal aspecto acaban recuperándose. A los frutales hay que darles cal, y tampoco sería una mala idea echar algo de cal en la tierra bajo los cerezos”. María le contestó que seguían utilizando trineos y que era imposible pensar en los lirios con tanta nieve.

Pero Chejov se casó, y tenía que ser con una mujer con talento, la actriz protagonista de sus grandes obras, la actriz Olga Knipper, un matrimonio casi por correspondencia. 

Olga estuvo con él en Badweiler, la noche de su muerte, el 15 de julio de 1904, como lo relataría, casi un siglo después, Raymond Carver en Tres rosas amarillas.  

El médico que les acompañaba pidió champagne, brindaron los tres. Chejov dijo: “hace mucho tiempo que no tomo champagne”, se recostó y al poco tiempo murió. Olga pidió mantener en secreto su muerte por unas horas para estar sola junto a su marido. Siempre siguió sola hasta 1959 en que murió. Cosas de cuidadoras. 

No se han encontrado las cartas que Olga escribió a Chejov, pero siempre siguieron escribiéndose.  En una última carta fechada en febrero de 1959, un mes antes de morir Olga,  ella quiso copiar las palabras de Sonia al acabar “Tío Vania” para que Chejov las volviera a recordar:

“Y bien, ¿qué podemos hacer? ¡Debemos seguir viviendo! Seguiremos viviendo, tío Vania. Viviremos a través de una larga, larga sucesión de días y tediosas noches. Soportaremos pacientemente las tribulaciones que nos imponga el destino; trabajaremos para los demás, ahora y en nuestra vejez, y jamás descansaremos. Cuando llegue el momento moriremos sin protestar, y una vez allí, en el otro mundo, diremos que hemos sufrido, que hemos vertido lágrimas, que hemos tenido una amarga vida, y Dios se compadecerá de nosotros. Y entonces, tío querido, ambos comenzaremos a conocer una vida brillante, hermosa y adorable. Nos regocijaremos y recordaremos nuestros problemas con ternura, con una sonrisa, y podremos descansar. Creo en ello, tío, lo creo con fervor, con pasión…¡Podremos descansar!”.


 

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