16 de octubre de 2015

VIAJE A UN DRAGÓN INTERMINABLE

El tiempo nos enseña que no fuimos tan malos padres.

En sus correrías, el niño se había clavado en la pierna el borde de una cerradura. Había sido una herida muy profunda y le salía mucha sangre. Era un crio de unos 10 años, pero muy fuerte y ya se sabía contener las lágrimas.

Una vecina le hizo un torniquete y telefonearon al viajero que llegó corriendo para llevar al hospital a su hijo. 

En el hospital hicieron una cura de urgencia y les tuvieron esperando durante horas hasta que llegó el cirujano.

El viajero no sabía como entretener a su hijo para que las horas pasasen más rápido y empezó a inventarse el cuento de un dragón. A medida que pasaban las horas y el cirujano no acababa de llegar, el viajero iba alargando el cuento haciéndolo interminable.

La operación fue un éxito, la casa se llenó de amigos con tabletas de chocolate para regalar al niño y con los años el viajero se olvidó del cuento.

Un día el niño, ya no tan niño, le recordó al viajero viejo que había un cuento interminable de un dragón. El viajero no sabía de que hablaba. Se le había olvidado todo, pero al recordarlo quiso pensar que a lo mejor no lo había hecho tan mal. Que a lo mejor aquel dragón interminable había entretenido al niño y le había calmado el dolor. 

Eso es la paternidad,  acompañar a los hijos en los malos momentos y calmar el dolor. El resto del tiempo es su vida y ya no debemos molestar, decía el viajero.

El tiempo nos enseña que no fuimos tan malos padres. Basta con esperar a que los hijos sean padres.
 


 

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