29 de enero de 2015

VIAJE A UNA PRENDA

Hay lugares que aparecen de la nada. Era un día de invierno, sin ninguna hoja en los árboles, en medio de una llanura casi desértica que alcanzaba hasta donde llega la vista. De repente se toparon con un corte en el paisaje, un cañón que partía aquella planicie desértica. Así llegaron a un pequeño pueblo junto a un rio. 

Entre el castillo y las iglesias medievales deambulaban dos brujos solitarios a la espera de alguien a quien colocar un puñado de recuerdos, alguien que les quisiese escuchar, alguien que les sacase de la inactividad, de la rutina y la soledad de aquel pequeño pueblo. Los brujos y las brujas esconden la sabiduría que dan los años y hablar con ellos es viajar por el tiempo y la templanza, por eso son brujos y brujas, porque hacen mágicos los momentos.

¿Por dónde se llega al castillo?. Yo les acompaño, dijo el primer brujo. Y a golpe de bastón hablaron de todo, de su soledad desde hacía años, del respeto. ¡En sesenta años de matrimonio nunca me levantó la voz y nunca se la levanté!, decía el brujo con la cabeza bien alzada. Luego recordó la caballerosidad perdida. ¡A las mujeres hay que acompañarlas hasta sus portales si hay peligro! El compromiso. ¡Trabajé para que nada faltase y nada faltó, aunque nunca sobró nada! De la conciencia tranquila del que no ha manchado ni un solo día de los que le fueron regalados.

Al despedirse habían aprendido tanto que dieron el viaje por acabado, pero al llegar al castillo entablaron amistad con otro brujo que les quiso hacer de guía. 

Siempre se dirigió a ella, a la que llamaba prenda y de la que iba de la mano. El viajero seguía por detrás sus pasos y escuchaba. ¿Va bien? Sí, sigo a la prenda. 

En el interior del castillo había un cementerio y tres lápidas, tres niños fallecidos en el transcurso de unos días. Tres hermanos llevados por el tifus. Otra lápida contenía un poema a una joven esposa fallecida de parto. Y así les iba contando las historias del pueblo de una forma natural, sin tristezas, tal y como es la vida, tal y como era el paisaje, frio, desértico, inaccesible.

Prenda, cuando vuelvas te voy a enseñar … Prenda haz esa foto … 

Lo de prenda le recordó al viajero a una bruja que se esconde en el último rincón de la calle de un pueblo del sur clavado en la montaña. Una bruja que señalaba un camino recto y se lo indicaba a la prenda lanzando un beso que se abría entre los dedos como lo hacen los frutos dulces. ¡Por allí no, por aquí!.

¡Cuando vuelvas prenda …! 

Cuando vuelvan, cuando se acabe el tiempo … Ese día no recordaran ni el castillo, ni su cementerio, ni las iglesias medievales, ese día recordaran que el único viaje posible es a sus gentes, lo demás es hacer fotos y eso no es viajar, eso es pasar por un sitio sin quedarse. 
 


 

Publicidad
Anúnciese en masmasculino.com.
ir a inicio de página
Copyright © masmasculino.com 
Todos los derechos reservados. El uso de esta información sin autorización expresa de masmasculino.com y al margen de las condiciones generales de contratación de masmasculino.com, será perseguido judicialmente.
Volver a la página anterior