VIAJE A LA PIEDRA LAVADA

Hay lugares que son un tiempo, son los lugares mágicos de la infancia. No se pueden ver sin sentirse niño, ni siquiera se ven, se recuerdan. Uno mira un pino y siente la mano llena de la resina que en la infancia no se resistía a tocar, uno ve la charca de agua sobre el puente romano y tiembla de escalofríos sintiendo el agua helada de la montaña y que nos hizo sentir el frio por primera vez, uno se tapa los oídos y vuelve a oír a los lobos que rodeaban la casa de la montaña.

Estaban paseando por unas calles estrechas, casi medievales, con el suelo formado por grandes bloques de piedra y las casonas decoradas con balconadas de madera. Ella le llevó a la vieja iglesia a la que iban a ver al mismo santo que había en la iglesia del barrio, San Antonio de Padua. A la iglesia se llega atravesando una pequeña puerta con bóveda de cañón que al niño le parecía enorme. En la capilla hay un artesonado mudéjar y un retablo barroco, esas mezclas tan frecuentes en los pueblos españoles. Y como no, una torre de reloj, que el niño nunca tuvo necesidad de mirar porque los días eran eternos.

Comieron en un lugar que presume de su carne. Comieron cinco platos porque entre plato y plato traían otro de regalo a la mesa. En aquel lugar se había regalado un libro muchos años atrás. Era un libro muy especial que sólo se podía regalar en un sitio muy especial. La anciana que lo recibió se acordó de un escritor que no estaba y que hubiese sido feliz viendo que se seguía queriendo a los libros. La mesa estaba llena aquel día. De los que estaban sólo quedan dos. Esto es lo malo de volver a los sitios de antes, que guardan demasiados recuerdos.

Cuando llegaron al rio robaron una piedra y un pequeño pino. Al día siguiente plantaron el pino en un nuevo lugar y colocaron la piedra en el agua. Hay lugares que te los tienes que llevar. Hay lugares a los que se desearía ir cada uno de los días. Son los lugares de la infancia, llenos de lobos, de aventuras, de pinos, de sol y de piedras lavadas.