5 de diciembre de 2014

ES IMPOSIBLE RENUNCIAR A UN HIJO.

Se imagina un país ficticio que propusiese una ley que permitiese a los padres renunciar a sus hijos problemáticos. Con este futurible empieza una película que trata de este problema. El país es Canadá y comienza cuando se ha decidido aprobar una polémica ley para renunciar a los hijos. Esta decisión coincide con el reencuentro entre una madre viuda y su hijo de 15 años recién expulsado de un internado por prenderle fuego y con una conducta violenta e imprevisible desde que su padre muriera hace tres años. 

El director de la película es un canadiense de tan solo 25 años que entre los 17 y 19 años escribió, dirigió y protagonizó su primer largometraje, "J'ai tué ma mère" (Maté a mi madre), con el que ganó tres premios en Cannes. Luego hizo "Les Amours imaginaires", "Laurence Anyways" y "Tom à la Ferme". "Mommy" es la última.

La película se desarrolla en un ficticio futuro cercano en Canadá tras la aprobación de nuevas leyes que eximen a los padres del debe asumir la responsabilidad de sus hijos con trastornos emocionales y poder enviarlos a centros especiales. Si bien esto puede sonar como la apertura de una de las novelas de suspense de ciencia ficción de David, en realidad es sólo la configuración para el psicodrama familiar. 

Mommy es la historia de Steve, un adolescente con trastornos por déficit de atención e hiperactividad, y su madre Diane. La vecina es Kyla, una profesora que ha pedido una excedencia para recuperarse de un colapso nervioso que le ha provocado tartamudez. Las carencias de los tres se completan, iniciando un período de estabilidad.

La  película se desarrolla en los suburbios de Montreal. La madre, Diane, limpia casas y en ocasiones traduce libros infantiles. Tras la expulsión del internado, la madre se convierte en cuidadora y maestra de Steve, mientras que él preferiría jugar con su patín o empujar los carros del supermercado contra los coches que pasan por el barrio. Sus batallas verbales son constantes.

El primer punto de reflexión es que la madre debe asumir la educación de su hijo ella sola. Si es complicado educar a un niño para una pareja, incluso para un entorno familiar amplio de padres y abuelos, imaginemos lo que supone para una persona sola y sin suficientes recursos económicos. Es una labor heroica y si encima el niño es complicado, cuesta  comprender como la sociedad no se vuelca más en ayudar a las personas en esta situación.

El segundo punto de reflexión es la pérdida del padre hace tres años. La educación es cosa de por lo menos dos. La falta de uno de los roles, el masculino o el femenino, es catastrófica para la educación infantil. En la película se trata esta cuestión desde la perspectiva del triángulo. La vecina sustituye uno de los vértices del triángulo familiar, lo que marca el mensaje de que lo importante es una tercera persona que haga de balanza entre uno de los padres y el hijo, una especie de intermediario, que comprenda las dos formas de pensar, la del padre y la del hijo.

El adolescente, propenso a las rabietas, estalla la primera vez cuando su madre le acusa de robar unas joyas. En cuestión de segundos, se pasa de una sonrisa a los insultos y a coger del cuello a la madre. Acaba rompiendo algo de cristal y haciéndose sangre. La madre consigue traerlo a la realidad y tranquilizarle hasta la próxima rabieta. En una situación así lo normal sería huir y agarrarse a esa supuesta ley futurible que permite renunciar a los hijos, pero la madre no lo hace, la madre lucha por calmar a su hijo. La madre sufre la violencia en su propio cuerpo pero no se escapa, sigue al lado de su hijo, pide ayuda a gritos, pero no se va. Si no llega la ayuda tampoco se va.

Afortunadamente para la madre, recibe la ayuda de una nueva vecina  que se introduce en la vida de la madre y su hijo proporcionando a la madre el apoyo necesario. 

Dolan consigue con el colorido de los fotogramas enfatizar la calidad energética de la subjetividad de sus personajes, ya que son alternativamente tristes, asustados y exuberantes, pero siempre agarrados por el sentimiento.

“El amor no salva a nadie” se dice en un diálogo clave de Mommy, pero no es verdad, el amor entre los padres y los hijos en invencible. Un día el hijo dice a la madre: "me temo que dejarás de amarme". Ella le responde con la verdad de una madre: "lo que va a pasar es que seguiré enamorada de ti más y más, y tu podrás amarme cada vez menos. Eso es sólo la forma natural de la vida”.

Y al margen de la película, que era una excusa para traer este tema, el amor de un padre es inagotable. La educación de los hijos es demasiado exigente para una sola persona, aunque quiera a sus hijos con todas sus fuerzas. Lo ideal es la pareja con el refuerzo familiar de abuelos y tíos, además de los profesores, que pasan más tiempo con nuestros hijos que nosotros mismos. Pero aún así es muy difícil cuando los hijos son violentos, rebeldes, irrespetuosos o irresponsables con sus estudios. En esos momentos la mejor ayuda posible viene del entorno familiar. La educación de los niños compete a todos. Todos tienen que arrimar el hombro aunque pesen los años u otras responsabilidades familiares más cercanas. 

Los abuelos, los tíos, los profesores deben colaborar como lo hace la vecina de la película, luchando con el niño violento hasta que le supera y el niño se vuelve transparente, resultando un cachorro que se moja los pantalones. 

En unos momentos en los que la rebeldía de los hijos es un problema social, hacemos una llamada  a la sociedad, a la familia, a los profesores y a los amigos para que ayuden a los padres en una labor inmensa, la más hermosa y la más difícil de la vida, querer a los hijos cada día más y más para que la vida siga su curso y cada día nos quieran menos y menos. Y si esos padres no reciben ayuda, pues lo tendrán más difícil, pero nunca renunciarán a sus hijos, es la esencia de la vida: dan tanta vida como quitan, pero salen las cuentas
 

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