12 de diciembre de 2014

DIFERENCIAS ENTRE EL AHORRADOR, EL TACAÑO Y EL AVARO

Si pensamos en la avaricia, se nos viene a la memoria Scrooge, el avaro personaje de Cuento de Navidad de Dickens, o el ciego de "El lazarillo de Tormes",  que ansía poseer muchas riquezas por el solo placer de atesorarlas sin compartirlas con nadie, o Harpagon, el avaro de Moliere, que quiere más a su baúl de monedas que a su familia. Si pensamos en el ahorrador compulsivo, que no necesariamente tiene que ser avaro, nos sorprendemos ante personajes ricos que disfrutan escatimando la bebida en la comidas o acaparando productos gratuitos de los que regalan en los supermercados. El avaro no disfruta de su riqueza porque le gusta acumular, mientras que el ahorrador compulsivo no disfruta de su riqueza por miedo a que lo necesite (o cualquier razón que se invente). Cuestión de matices que vemos con un ejemplo.

Anne Wojcicki, es una millonaria americana que sigue viviendo como si fuese pobre. Es hija de dos maestros. Ella tiene una próspera empresa de biología y su exmarido es el cofundador de Google, Sergey Brin. 

En una entrevista en The Sunday Times explicaba su afición por los productos gratis hasta que un día se puso enferma tras beberse un litro de zumo de zanahoria en la oficina, que por supuesto era un regalo publicitario. 

Buscando entre las causas de su conducta, Anne Wojcicki se refiere a su madre, que acaparaba muestras gratuitas de cualquier. De ella viene también la costumbre de hacerse un presupuesto mensual del que no se sale.

Cuando Anne Wojcicki sale a comer a un restaurante sólo pide una jarra de agua y le da lo mismo si acude con sus dos hijos, de ocho y tres años.

Después de hacer cálculos matemáticos ha llegado a la conclusión de que le sale más barato no pagar los parquímetros y pagar las multas que poner siempre el tique. 

Es un caso extremo que sorprende por ser una persona millonaria, pero si analizamos su conducta en el restaurante, es posible que algún pedagogo nos indicase que está educando a sus hijos a vivir sin lujos de los que puede que no dispongan en el futuro, o que les está educando a ser felices con un vaso de agua.

Esto no tiene que ver con la codicia del avaro, sino con una ideología muy definida. Sin embargo, el hecho de beber más de un litro de una bebida por ser gratis, esto sí es codicia.

Otro matiz es la tacañería, que es el que aborrece hacer un gasto, sea por lo que sea. No es infrecuente leer en las noticias el hallazgo de una bolsa con varios millones escondida en el piso de un anciano, no siempre enfermo con el Síndrome de Diógenes, que es otra cuestión, sino personas en su sano juicio pero que viven solas en condiciones deplorables y a quienes sus vecinos dan por arruinados. 

Decía un famoso banquero español que nadie vive conforme a sus posibilidades, que unos viven por encima y otros por debajo. En el caso del ahorrador compulsivo la felicidad es el propio hecho de ahorrar, sin importarle la medida, ni que tenga rentas de sobra para vivir toda su vida. Se obsesiona con el dinero y no importa la medida. Siempre encontrará una razón para seguir ahorrando.

Si el ahorro compulsivo es un extremo, el otro es gastar el dinero que no se tiene. Vivir a costa de la tarjeta de crédito para asumir gastos superfluos. Otra cosa es endeudarse para pagar los estudios de los hijos o para financiar una empresa.

Como todo en la vida, el problema es el exceso. Ahorrar es positivo y en muchas ocasiones heroico. Pocas familias pueden ahorrar cuando tienen que criar a los hijos. Pero el ahorro que claramente excede de las necesidades de una persona tiene que estar encaminado a la productividad, no ahorrar por ahorrar, sino ahorrar para asegurar el futuro de la familia, invertir en la formación de jóvenes, ayudar compartiendo, y es que cuanto más se da más se tiene, aunque se tenga menos dinero.
 

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